resiliencia
Cómo convertir la recuperación de la COVID-19 en una oportunidad para que las ciudades sean más sostenibles y resilientes y proporcionen acceso a alimentos saludables para todos.
La musaraña gris, distribuida por toda la península ibérica, es muy sensible a las variaciones del clima, que le permite regular su metabolismo. A pesar de ello, un estudio muestra que el cambio climático no afecta tanto a sus poblaciones como el tipo de hábitat en el que vive.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) está intensificando su trabajo en la identificación de las amenazas zoonóticas y la protección de la naturaleza con el fin de reducir el riesgo de pandemias como la de COVID-19 que actualmente azota el mundo.
Es pertinente retomar el concepto de ciudad sana para ponerlo en primera línea. Una ciudad diseñada en términos resilientes es aquella que de forma extremadamente eficiente y empática es capaz de dar cobijo, asistencia y alimento en mitad de una pandemia.
El sistema mundial de alimentos se encuentra en un momento crítico. La agricultura debe hacer frente a los desafíos que plantean el hambre y la malnutrición en un contexto de crecimiento de la población, aumento de la presión sobre los recursos naturales.
Según un estudio liderado por el CSIC, el efecto de las sequías pasadas podría constituirse como un indicador clave para predecir el riesgo de mortalidad en los árboles. El estudio utiliza los anillos de crecimiento de los árboles para comparar la respuesta a sequías de árboles muertos y supervivientes.
El objetivo de este proyecto es promover la producción europea de cultivos ricos en proteínas mediante la mejora genética del haba (Vicia faba L.). Se trata de una importante leguminosa proteica que contribuye al desarrollo de sistemas agrícolas equilibrados y autosuficientes.
Unos investigadores afirman que la cría selectiva puede ayudar a que las ovejas y las cabras respondan mejor a las diversas condiciones meteorológicas que genera el cambio climático.