Un tercio de las tierras protegidas a nivel global están expuestas a una gran presión humana
En la cumbre de biodiversidad en Montreal, en diciembre de 2022, se acordó proteger el 30% de la superficie del planeta de aquí al año 2030. Los países han alcanzado la mitad del objetivo, con aproximadamente 266.983 áreas protegidas que cubren el 15,95% de la superficie terrestre.
Sin embargo, una nueva investigación revela que alcanzar este porcentaje podría ser insuficiente si no se tienen en cuenta otros factores, como la geometría de las zonas protegidas y la interacción entre las áreas protegidas y las áreas no protegidas circundantes. El trabajo publicado por la revista Nature Sustainability cuenta con la participación de Josep Peñuelas, investigador del CSIC y del CREAF, junto a un equipo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), de Argentina.
En concreto, los autores han radiografiado la geometría (la forma) y distribución de las áreas protegidas en todo el planeta, a excepción de la Antártida y Groenlandia. Entre los resultados, destacan que un tercio de las tierras protegidas a nivel global se encuentra en la “zona de contacto”, es decir, a menos de 2 km de las áreas no protegidas, y casi dos tercios están a menos de 10 km de los límites de las tierras protegidas. Sólo el 0,6% de las áreas protegidas está a más de 100 km de la matriz desprotegida.
Disparidad en la geometría
Otro dato impactante es que las áreas protegidas más pequeñas y menos compactas se encuentran, de hecho, en los biomas del mundo más críticamente amenazados y con objetivos estrictos de conservación (categorías I y II de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). “De hecho, observamos que están tan expuestas a la influencia humana como aquellas que permiten actividad humana”, comenta Peñuelas.
Los autores también han detectado que el mayor esfuerzo de conservación, en términos de áreas protegidas más grandes y compactas (que alejan las presiones humanas del interior protegido), lo realizan países periféricos o en vías de desarrollo. En el otro extremo, la mayoría de los países desarrollados (capitalizados e industrializados) han separado áreas altamente transformadas para la conservación, en unidades relativamente pequeñas y con formas particularmente complejas, perforadas y fragmentadas.
La investigación también revela que nueve de los 14 biomas (partes del planeta que comparten el clima, flora y fauna) terrestres tienen el 95% de sus tierras protegidas (excluyendo rocas y hielo) a menos de 30 km de áreas no protegidas. Sólo ecosistemas como los desiertos y semidesiertos de matorrales, los bosques tropicales húmedos, los pastizales tropicales y subtropicales, las sabanas, la tundra, los pastizales y sabanas inundables, tienen una proporción mayor de áreas protegidas a mayor distancia. El caso extremo, alerta el trabajo, son los bosques caducifolios templados y mixtos: el 95% de las tierras protegidas de estos ecosistemas están a menos de 8 km de los límites del área no protegida.
El nivel de exposición de las áreas protegidas presenta una notoria variación entre las principales regiones culturales del mundo. Por ejemplo, aproximadamente el 95% de las áreas protegidas en Europa occidental se encuentran a menos de 10 kilómetros de áreas no protegidas, mientras que en el África subsahariana, tan sólo el 45% de las áreas protegidas se ubican a esa distancia de áreas no protegidas.
Tal como concluye Santiago Schauman, primer autor del artículo, “se ha prestado poca atención al nivel de contacto e interacción de las tierras protegidas con su entorno no protegido y las implicaciones que tiene esto en cuestiones críticas como la penetrabilidad de la influencia humana sobre el ecosistema protegido”.
Repensar las áreas protegidas
El trabajo destaca dos características que no se han tenido en cuenta hasta ahora y que son esenciales a la hora de plantear la estrategia de conservación. El primero son las «zonas de contacto», definidas como el espacio protegido a menos de 2 km de los límites del área protegida. Son zonas que, aunque protegidas, están muy cercanas a áreas circundantes y, por tanto, a la presión antropogénica.
En este sentido, Josep Peñuelas destaca que “desde el punto de vista de la salud humana, estas zonas de contacto también pueden favorecer la transmisión de patógenos, que provoquen enfermedades zoonóticas e incluso la aparición de pandemias». Para reducir este riesgo, los investigadores alertan que a la hora de diseñar la red de áreas protegidas “hay que tener en cuenta el nivel de contacto entre las especies del núcleo de las áreas protegidas y las áreas circundantes”.
El segundo factor que han identificado es el «nivel de exposición», es decir, la distancia entre el territorio no protegido y el interior de las áreas protegidas.
A medida que la presión humana sobre la biosfera se acelere, el contacto y la interacción de las áreas protegidas con su entorno no protegido tendrán una mayor implicación en la conservación de la biodiversidad y el bienestar humano. Por eso, Santiago Schauman comenta que el debate sobre “la geometría espacial de las tierras protegidas se vuelve urgente para que la conservación a largo plazo de la naturaleza no se vea amenazada”.
Artículo de referencia
Schauman, S., Peñuelas, J., Jobbágy, E.G., Baldi, G. 2023. The geometry of global protected lands: implications for nature conservation and human well-being. Nature Sustainability.
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