Dos humedales con una superficie media de 8 hectáreas cada uno han aparecido en la orilla izquierda del Guadalquivir. La singularidad, en una zona donde estos ecosistemas no son escasos, deriva de que han sido construidos en zonas muy alteradas, y como un traje a medida para la numerosa avifauna de un río y sus orillas, incluidos dentro de la Red Natura.
La Autoridad Portuaria de Sevilla decidió darle un vuelco a los vaciaderos donde ha ido depositando desde hace decenios la tierra extraída del interior del cauce navegable. Los dragados anuales permiten mantener la profundidad del canal dentro del Guadalquivir, la ruta exacta que siguen los barcos entre Sanlúcar y Sevilla para no embarrancar en cotas de escaso calado.
En una temporada normal se extraen 250.000 metros cúbicos de sedimentos por succión, que las dragas depositan en tres lugares: cerca de la esclusa en Sevilla, en la localidad de Trebujena (Cádiz), y en Lebrija (Sevilla). Los ladrilleros y alfareros habituales de Lebrija y los agricultores de la comarca han usado históricamente esta materia prima, limos y arenas, que son más frecuentes cerca de la desembocadura. Ahora, gracias al proyecto ya en marcha, se produce en esos vaciaderos una actividad complementaria en el periodo de llegada y cría de las aves.
Con la asesoría del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Autoridad Portuaria ha habilitado láminas de agua con islas en los vaciaderos de esclusa y Lebrija. En este ecosistema creado ex profeso ya han buscado refugio 65 especies de aves, de las que 12 se han reproducido. Se han avistado especies tan infrecuentes como cerceta pardilla, focha moruna, malvasía, y el águila pescadora, que por la turbidez del río dispone en estas lagunas de mejores condiciones de pesca. Las más abundantes son la avoceta y la cigüeñuela.
Roberto Muriel y Miguel Ferrer son los biólogos del CSIC responsables de una iniciativa que les permite “investigar un manejo del espacio lo más ecológicamente rentable a través de la gestión del agua y la forma de las islas”. Ferrer añade un objetivo al que aspira, parecido al que ya logró con el águila pescadora. Se trata de la vuelta al cauce de los pelícanos, o incluso de los pigargos, ave también de alimentación acuática y con una gigantesca envergadura, 2,5 metros. El biólogo señala que los pelicanos ya existieron, pero su alto consumo de pescado los convirtió en enemigos, de ahí su desaparición a manos del hombre.
En cada vaciadero las balsas rotan en su uso. Es decir, en todas se produce consecutivamente la preparación del espacio; el mantenimiento el agua a un nivel óptimo para la cría; y acabada esta la extracción de los sedimentos que usarán en la agricultura –por sus aportes de nutrientes y para mejorar el sustrato-, y en la construcción.
Antonio Bejarano, jefe de la División de Medio Ambiente de la APS, explica que este giro a los vaciaderos responde a la decisión del puerto sevillano de sumarse al modelo ‘Trabajando con la Naturaleza’ que van asumiendo los puertos europeos. La filosofía se centra en “conocer nuestro entorno, y operar de acuerdo con él, con sus características”.
El barco draga que va extrayendo sedimentos del canal lleva a bordo a un arqueólogo para detectar qué aparece de interés en cubierta. Y también se inspecciona la composición de limos y arenas que se depositarán en estos humedales. Bejarano, como Ferrer, coincide en que los sedimentos aparecen “limpios”, la llamada categoría A, sin rastro de contaminantes –que, por ejemplo, tanto se temieron tras el desastre ecológico de Boliden Apirsa en el Guadiamar-. Incluso el plomo ha bajado desde que está prohibida la munición fabricada con él para la caza de acuáticas.
E
n primer lugar se realizan batimetrías de precisión para determinar los puntos de donde succionar con una draga. “Los sedimentos son muy dispares”, explica Bejarano, “es un estuario complejo en su funcionamiento y la distribución es muy asimétrica; lo normal serían arenosos cerca del mar y mas limosos río arriba, pero aquí se mezcla, y además influye el año hidrológico”, pues con la sequía el ambiente marino remonta el cauce.
El río puede alcanzar los 20 metros de profundidad, como frente al brazo de la Torre, pero otras zonas del canal interior se van colmatando y necesitan el dragado por seguridad de la navegación, en especial frente a la esclusa –‘aduana’ para el acceso a los muelles del puerto fluvial–, que concentra la mitad de los sedimentos. El dragado cuenta con el asesoramiento científico de la Fundación de Investigación de la Universidad de Sevilla, Universidad de Málaga, CSIC, Universidad de Cádiz y Universidad de Huelva.
Las arenas están catalogadas legalmente como residuos y deben contar con tratamientos específicos. En este caso, además de ser así, gozan de otra aplicación más. Cuando son adecuadas, se vuelcan en playas necesitadas de ese sustrato de Sanlúcar de Barrameda, en concreto Bajo de Guía y La Calzada-Piletas. En el pasado otoño han sido depositados 112.000 m3. Hasta ahora se arrojaban en el mar abierto, en un lugar concreto del estuario.
Un recurso natural que ya era reutilizado, ahora incrementa sus usos, desde el científico al de ocio playero. Una buena práctica para un territorio, el estuario del Guadalquivir, de alta complejidad ecológica y económica.
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