Un equipo de investigación andaluz ha comparado la cantidad de carbono orgánico almacenado en el suelo en una finca experimental durante 25 años. El análisis de este componente mide la fertilidad de la tierra y su capacidad para retirar dióxido de carbono de la atmósfera y así combatir el cambio climático. Los expertos concluyen que una mayor masa arbórea joven, desde su plantación al cuarto de siglo de vida, no eleva significativamente el contenido de ese compuesto.
7 de julio. Día de la Conservación del Suelo
La encina crece firme, pero lenta, al menos para los beneficios que se obtendrán finalmente de ella en la lucha contra el cambio climático. La siembra de la mitad de una finca cordobesa con plantones de encinas ha permitido conocer qué aportan en sus primeros años a este ecosistema, forestal y agrario, en su vertiente ambiental.
Un equipo de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica y de Montes, de la Universidad de Córdoba, con la colaboración con el centro cordobés de IFAPA de Hinojosa del Duque y el grupo de Investigación Biogeoquímica de los Agrosistemas de la Universidad de Jaén, ha constatado, por primera vez, que la plantación intensiva de nuevas encinas no varió la cantidad de carbono presente en el suelo y subsuelo de esa dehesa respecto a la vecina, donde se mantuvo la baja cobertura arbórea original, en los primeros 25 años de vida de los árboles. El incremento de carbono orgánico del suelo indica un aumento de la fertilidad de la tierra y de una mayor retirada de CO2 de la atmósfera, uno de los principales gases de efecto invernadero causantes del cambio climático.
La finca experimental se ubica en la comarca de Los Pedroches (Córdoba), cuyo suelo orgánico es de escasa profundidad, una media de un metro, debido a la base de granito que lo sustenta. “Este tipo de terreno nos ha permitido la cuantificación total del carbono en suelo en este tipo de dehesas de Sierra Morena”, señala a la Fundación Descubre el investigador del Instituto de Agricultura Sostenible del CSIC José Alfonso Gómez.
Conocer la cantidad de carbono en los suelos guarda relación con el cambio climático, ya que son tras los océanos los que poseen una mayor capacidad de secuestro de carbono del planeta. Según un informe de Naciones Unidas presentado en la Cumbre de París COP21, el carbono contenido en el primer metro de suelo duplica al presente en la atmósfera y triplica al contenido en la vegetación. Este proceso de secuestro de carbono implica la retirada de CO2 de la atmósfera por las plantas al hacer la fotosíntesis y su posterior almacenamiento en forma de materia orgánica procedente de la descomposición de los restos vegetales, animales y micro organismos aportados al suelo. El componente mayoritario de esa materia es el carbono orgánico del suelo, que además es una propiedad indicadora de la fertilidad.
Por ello, entre las medidas para mitigar el cambio climático que propone el IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) se encuentran todas aquellas opciones de uso y manejo de la tierra que incrementen el carbono orgánico del suelo, como pueden ser las prácticas agrarias y forestales sostenibles que se llevan a cabo en las dehesas.
Finca experimental
Los investigadores de la Universidad de Córdoba eligieron una finca originalmente con una densidad de 3 árboles adultos por hectárea. En 1995 se plantó en la mitad de la dehesa una media de 70 árboles por hectárea. En ambos espacios hay un pastoreo de baja intensidad y en la primera se añade una labranza para sembrar para pastos cada tres años.
Después de un trabajo de 3 años, los científicos constataron que el contenido total de carbono en el suelo era similar en las dos fincas, estando mucho más concentrado en la superficie del suelo, es decir, los primeros 20 centímetros. Ambas dehesas tenían una distribución similar de este carbono orgánico de suelo en sus cuatro fracciones (no protegido, y física, química o bioquímicamente protegido). Este dato indica la ausencia de procesos erosivos, sobre todo escorrentías de agua, que harían perder la capa superficial de materia orgánica.
Asimismo, las raíces de las jóvenes encinas –que a esa edad tienen un diámetro de tronco inferior a 20 centímetros- casi no han incorporado carbono orgánico adicional a los primeros horizontes del suelo. Por el contrario, debajo de la copa de las encinas maduras sí existe una mayor presencia de carbono, tanto por la potencia de sus raíces como debido a la caída de hojas.
Los expertos constataron que fuera de la cobertura arbórea, en las ‘calles’ de la dehesa, la presencia de carbono en los primeros 5 centímetros del suelo es mayor en la dehesa pastoreada que en la labrada.
La investigación ha sido financiada con tres proyectos que cubrieron parcialmente el coste. El INTCOVER de la Consejería de Economía, Conocimiento, Empresas y Universidad, otro sobre la dehesa del INIA (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria), y el SHui Project de la Unión Europea respecto a uso del suelo en sistemas agrarios.
Con más de un millón de hectáreas de extensión en Andalucía, la dehesa aporta tanto en lo económico como en lo ecológico al desarrollo regional. Su mejor conocimiento resulta clave para el aprovechamiento sostenible.
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