El siglo de las luces
Artículo de divulgación de Rocío Fernández para el Blog de la Asociación Española de Ecología Terrestre (AEET) sobre el impacto de la contaminación lumínica en el funcionamiento de los seres vivos.
Autoría: Rocío Fernández/Asociación española de Ecología Terrestre (AEET)
Fuente: ECOSISTEMAS
Si un explorador espacial en busca de nuevos mundos diese con el planeta tierra seguro que le llamaría muchísimo la atención que en el lado oscuro brillasen miles de puntos de luz. Intrigado, se acercaría más para averiguar que es ese extraño fenómeno, para quedarse pasmado al ver que a unos animales que viven en colonias les gusta tenerlas iluminadas por la noche, a pesar de ser animales diurnos. La luz la producen de forma ingeniosa, a partir de la electricidad que obtienen quemando materia orgánica, moviendo molinillos con agua o aire o guardando la del sol por el día y usándola por la noche. ¡que bichos tan particulares!
Si hubiese venido hace más de 200 años no se habría encontrado con este curioso espectáculo. Al Homo sapiens siempre le ha gustado iluminarse de noche, y a algunos de sus primos que le antecedieron también, pues ya dominaban el fuego antes de que apareciésemos sobre la faz de la tierra. Siempre ha habido candelas, lámparas de aceite, teas, velas, quinqués o faroles para tener luz cuando cae el sol, que no se usaban con mucha profusión porque tenían mucho peligro de incendio. La gente vivía fundamentalmente al ritmo del día y de la noche y no del reloj como ahora. El lado oscuro del planeta se quedaba negro, solo iluminado por los incendios de la vegetación.
Pero todo cambió de repente. La modernidad trajo el alumbrado masivo primero de gas y luego de electricidad, muchísimo mas seguro que lo que había antes. Así que, fuera de peligro, las ciudades se fueron iluminando, las calles con farolas y las casas con bombillas, hasta llegar a la situación actual, que en las grandes urbes parece que la noche es día, con tantos focos, escaparates y pantallas de colores y tantos monumentos y rascacielos encendidos toda la noche.
¿Trae esto alguna consecuencia? Pues sí. De momento ya no vemos las estrellas, porque el cielo refulge con el resplandor de la ciudad, la llamada contaminación lumínica. Cuando yo era pequeña todavía se veían bastantes astros en Madrid, y los niños nos entreteníamos en verano buscando satélites artificiales entre las estrellas. Aun así, todavía recuerdo la impresión que me produjo en aquel tiempo ver la vía láctea en todo su esplendor un verano que pasamos en una casa de campo sin luz ni agua. Ahora con tanta iluminación no se ve nada ni en el campo, hay que irse al desierto para ver las estrellas.
Pero eso es lo de menos. El ritmo del día y de la noche ordena la vida interna de los organismos. Todos los seres vivos, desde el microorganismo más chiquito hasta la gigantesca secuoya, llevamos un reloj en la barriga, como diría mi abuela. Las funciones del organismo siguen un ritmo diario que no solo es de actividad y reposo, sino que cambia también la temperatura, la concentración hormonal en sangre, la capacidad de atención y muchas otras cosas. Tiene una duración de alrededor de 24 horas y aunque el ambiente sea perfectamente uniforme y siempre de día o de noche se mantiene, pero deja de durar 24 horas y se suele alargar, aunque no todo de la misma manera. La temperatura por ejemplo pierde poco el ritmo, pero el periodo actividad/reposo puede alargarse hasta cuarenta horas. Todo se desincroniza. El ritmo diario de luz/oscuridad, que siempre dura 24 horas, pone en hora el reloj de la barriga y todo se acompasa.
En las ciudades la diferencia luminosa entre el día y la noche se amortigua porque pasamos mucho tiempo dentro de edificios con luz artificial, que brilla menos que el sol, y la oscuridad ha desaparecido de nuestra vida nocturna: focos y pantallas resplandecientes nos iluminan hasta bien entrada la noche, por no hablar de la luz de la calle que entra por las ventanas. Así que a nuestro reloj le cuesta ponerse en hora. En un ambiente con poco contraste entre el día y la noche la temperatura corporal, indicadora de muchos procesos, oscila menos y de forma menos regular que cuando estamos al aire libre con buen sol y sin luz nocturna. También duermen menos y peor los pueblos que tienen electricidad que los que no la tienen, porque los últimos se acuestan antes. La vida moderna provoca muchos trastornos del sueño y del ritmo corporal, lo que se ha asociado a enfermedades neuropsiquiátricas y metabólicas, como la obesidad.
Esto es lo que sabemos que les pasa a los humanos, pero como todos los seres vivos tienen un reloj interno, todos se verán afectados por tanta luz nocturna. Un caso curioso lo constituyen unos pequeños canguros (Macropus eugenii) que viven en Australia. Una de las poblaciones de este marsupial estaba cerca de una base naval que permanecía iluminada toda la noche, mientras que otra estaba lejísimos y no tenía contaminación lumínica. La primera, que se comprobó recibía bastante mas luz nocturna, se reproducía más tarde que la segunda, perdiendo los recursos de la primavera temprana para alimentar a sus crías a lo tonto. Nuestro reloj interno no solo nos marca las horas del día sino también el ritmo de las estaciones allá donde la duración del día y la noche cambian a lo largo del año. Esto es muy útil para predecir cuando va a llegar la primavera, que tanta comida da, sin tener que esperar a que todo empiece a crecer. Como reproducirse lleva su tiempo es estupendo saber cuando hay que hacerlo para que las crías nazcan en el momento exacto, aunque el tiempo no lo indique. Curiosamente nuestro reloj suele contabilizar la duración del periodo oscuro para guiarse, así que los que están más iluminados no se enteran y se les desfasa el reloj interno, lo que como ven no parece que sea bueno precisamente.
Hace ya tiempo que los astrónomos llevan alertando que tenemos demasiada contaminación lumínica y que no ven las estrellas. Ahora médicos y biólogos nos alertan de que las consecuencias van más allá y que se está alterando el funcionamiento de los seres vivos. Mucho se habla, pero poco se hace, porque la luz no para de crecer. Entre 2012 y 2016 lo ha hecho en un 2% anual, y en prácticamente todos los países salvo en algunos con conflictos armados, como Siria o Yemen. Pocos han permanecido estables, entre ellos España y algunos otros que ya brillaban mucho. El crecimiento se ha debido no solo a que el área iluminada ha aumentado, sino también a que ahora las luces son más potentes. Así que la aparición del LED, que gasta muy poca energía, lo que ha conseguido es que haya más luz gastando lo mismo. Nada, que no hay manera de ahorrar en combustibles, con lo bien que nos vendría a todos economizar en este capítulo y lo fácil que sería hacerlo.
Nos deberíamos tomar esto en serio, ser humildes y reconocer que somos unos seres vivos más que tiene que vivir al ritmo de la naturaleza y no de la que marca el reloj de la vida moderna. Alterar ritmos tan ancestrales como el de la luz/oscuridad, que todos los seres vivos tienen grabados a fuego en sus genes, crea muchísimos problemas.
Referencias:
Kyba, C.C.M. et al. 2017. Artificially lit Surface of Earth at night increasing in radiance and extent. Science Advances 3 (11) e1701528
Baño, B. 2018. Relojes y ritmos biológicos. ¡Es la hora de la cronobiología! Ecomandanga
Margalef, R. 1974. Ecología. Omega.
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