Líquenes, mucho más que bioindicadores: contribución al funcionamiento del ecosistema
Los líquenes tienen una contribución muy diversa al funcionamiento de los ecosistemas y nos demuestran cómo pequeños cambios locales pueden tener efectos a escala global.
Fuente: Ecomandanga
Aunque ya los egipcios usaban líquenes para embalsamar a sus momias, estos organismos han pasado desapercibidos durante mucho tiempo. Quizá su pequeño tamaño explique esta circunstancia, pero si nos fijamos más atentamente en ellos, descubriremos auténticos ecosistemas en miniatura que no sólo desempeñan infinidad de funciones en los ambientes que habitan, sino que también nos pueden ayudar a anticipar cómo los cambios ambientales van a afectar a otros organismos; es decir, pueden servir como bioindicadores.
Lo maravilloso de los líquenes es que, si bien, efectivamente, son pequeños y muchas veces pasan desapercibidos, cuanto más los conoces, más te apasionas por ellos. No sólo por sus características prácticamente únicas en el mundo natural, sino también porque son la mezcla perfecta de sensibilidad y resistencia. Y es que, a pesar de ser extremadamente sensibles a los cambios ambientales, son capaces de sobrevivir en ambientes extremos y de recuperarse tras ser expuestos incluso a las condiciones del espacio exterior.
¿Qué es exactamente un líquen?
En su definición más clásica, los líquenes son el resultado de una asociación simbiótica entre un hongo y uno o más organismos fotosintéticos como algas o cianobacterias (denominados fotobiontes en el ámbito científico). Así, ambos organismos se benefician de la interacción, de tal forma que el hongo proporciona protección frente a la radiación solar o la desecación, mientras que el fotobionte proporciona alimento, generado mediante fotosíntesis, y puede llegar a fijar nitrógeno atmosférico para el hongo – más adelante veremos por qué es tan importante esa capacidad de transformar este elemento tan abundante, que supone hasta un 78% de la composición de la atmósfera.
A simple vista, parece que ambos organismos se benefician por igual de esta relación. Sin embargo, existe cierta controversia al respecto, teniendo un mayor número de adeptos la opción de que el hongo sale algo más beneficiado que el fotobionte, por lo que algunos autores afirman que los líquenes son el ejemplo perfecto de cómo los hongos se han convertido en “agricultores”.
Lo que sí está claro es que como fruto de la simbiosis surgen nuevas propiedades, es decir, los líquenes adquieren “superpoderes” que van más allá de la simple suma de las habilidades independientes de cada uno de los organismos que conforman la simbiosis. Por ejemplo, son capaces de colonizar ambientes en los que el hongo y el alga no podrían vivir por separado, o son capaces de generar sustancias químicas conocidas como metabolitos secundarios que tienen distintas funciones como la defensa frente a los herbívoros o la fotoprotección (básicamente, producen su propia crema solar).
El valor indicador de los líquenes y su importancia en el funcionamiento de los ecosistemas.
El hecho de tener una relación directa con la atmósfera y de ser poiquilohidros los ha posicionado como uno de los indicadores más valiosos para rastrear el efecto de contaminantes y cambios ambientales. De hecho, al tener esta dependencia tan estrecha de las condiciones de su entorno han resultado ser indicadores muy útiles para poder detectar de manera temprana el impacto de diversas presiones relacionadas con el cambio global, como la fragmentación del hábitat o el cambio climático. Y, por este motivo, también son útiles para anticipar la potencial respuesta de otros organismos que poseen mecanismos activos para regular la interacción con las condiciones ambientales de su entorno. Pongamos como ejemplo el efecto de los contaminantes atmosféricos. La contaminación se acumula en los tejidos de los líquenes en proporción a su concentración en el medio ambiente. De esta manera, todo lo que “envenena” a los líquenes también se acumula en el resto del entorno, pero los líquenes y otras especies supersensibles empiezan a cambiar antes que el resto, y esto nos permite anticipar cómo será el efecto en plantas o animales. Si analizamos cómo disminuye el número de especies de líquenes en un ambiente concreto, podremos revelar las zonas en las que los niveles de contaminación están aumentando. En definitiva, si protegemos a los líquenes, todo lo demás estará a salvo.
Pero los líquenes no sólo tienen un gran valor como indicadores de alerta temprana de la respuesta en otros organismos menos sensibles con los que coexisten, sino que, además, realizan una contribución muy importante al funcionamiento de los ecosistemas, por ejemplo, tienen un participación crucial en los ciclos de nutrientes o en la protección frente a la erosión. También sirven de refugio para una gran variedad de invertebrados y están implicados en las redes tróficas de los ecosistemas al constituir un recurso alimenticio de primer orden tanto para invertebrados como para vertebrados, siendo uno de los ejemplos más carismáticos el del caribú. Por si esto fuera poco, pueden llegar a ser los organismos dominantes en ambientes tan extremos como los desiertos, la Antártida o las regiones alpinas.
Como ya se ha mencionado anteriormente, los líquenes intervienen en los ciclos de nutrientes tan importantes el nitrógeno, y en el del carbono, siendo ambos fundamentales para el funcionamiento de los ecosistemas. Si nos fijamos un poco más en las implicaciones de su contribución al ciclo del nitrógeno, entenderemos mejor su importancia. El nitrógeno es un nutriente esencial que necesitan las plantas para crecer, pero es limitante porque, a pesar de ser muy abundante en la atmósfera, la forma en la que se encuentra habitualmente no puede ser aprovechada por las plantas. Y aquí es donde entran en juego los líquenes que tienen cianobacterias en la simbiosis, ya que éstas son capaces de fijar el nitrógeno atmosférico y transformarlo en una forma aprovechable por otros organismos vivos.
Por último, cabe hacer una mención especial al papel de los líquenes en la protección del suelo frente a la erosión y en su contribución al ciclo del agua. Los líquenes tienen un efecto directo sobre el ciclo del agua ya que son capaces de almacenar en su interior una gran cantidad del líquido elemento de una manera muy rápida y de liberarla poco a poco disminuyendo, por ejemplo, la escorrentía. Pero, además, protegen a los suelos de la erosión producida por el viento y el agua, disminuyendo la pérdida local del suelo.
Se ha comprobado que en los lugares en los que los líquenes del suelo se han degradado, la erosión aumenta y, como consecuencia, se incrementa el polvo atmosférico que puede viajar largas distancias impulsado por el viento, afectando, por ejemplo a zonas montañosas remotas. Como resultado, el polvo depositado en las cumbres hace que la nieve se derrita antes, lo que aumenta la pérdida de agua por evaporación y disminuye la cantidad de agua que llega a las zonas bajas de las montañas.
En definitiva, a pesar del pequeño tamaño de estos organismos, su importancia para los ecosistemas es muy grande. Como hemos visto, los líquenes tienen una contribución muy diversa al funcionamiento de los ecosistemas y nos demuestran cómo pequeños cambios locales pueden tener efectos a escala global.
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