Una investigación con lagartos demuestra que un cambio en la rutina de una especie puede alterar todo un ecosistema
Un ecosistema es una red llena de conexiones que funciona en un delicado equilibrio, a menudo conectado a otros ecosistemas. ¿Qué pasa cuando cambia una sola pieza de este entramado?
Un nuevo estudio, publicado en Ecology Letters y liderato por el investigador del CREAF Oriol Lapiedra, sugiere que un solo cambio puede desencadenar una serie de consecuencias en cascada que acaben alterando todo un ecosistema e, incluso, los ecosistemas de alrededor. Para descubrirlo, los investigadores e investigadoras recrearon un experimento en ocho islas situadas en el norte de las Bahamas, donde introdujeron un total de 177 lagartos anolis (Anolis sagrei) – una especie insular típica de las Bahamas. En mitad de las islas se añadió también un depredador del anolis. En este nuevo panorama, los lagartos anolis se enfrentaban a un dilema a la hora de encontrar alimento: ir a buscar crustáceos en la costa, que no tiene suficiente vegetación para esconderse, o mantenerse refugiados en las plantas y cazar los insectos cercanos por miedo a ser depredados. Después de un año, “detectamos que habían modificado su estrategia para alimentarse y que esto provocó un efecto en cascada que cambió en parte el funcionamiento de estas pequeñas islas”.
Una dieta diferente
En concreto, estos reptiles arborícolas pasaban más tiempo escondidos encaramados a la vegetación, evitaban ir a la zona marítima y se alimentaban de insectos próximos a su escondrijo. “Como esta especie hace de vínculo entre ecosistemas gracias a su dieta, ya que los recursos marinos pasan a formar parte de los ecosistemas terrestres, este cambio rompió la conexión entre el mar y la tierra. Es decir, a raíz de estas pequeñas decisiones, los ecosistemas estaban más aislados”, comenta Lapiedra. También observaron que en las islas con depredador, aumentó la población de arañas, «una explicación posible es que había menos anolis supervivientes para comérselas». Además, según el autor, “estudios recientes demuestran que si hay menos insectos herbívoros, porque se los comen los lagartos que prefieren no bajar a tierra, las plantas crecen más deprisa”.
Otro dato curioso que observaron es que, en el caso de las hembras de anolis, las más miedosas redujeron drásticamente su ‘dieta marina’, mientras que las más atrevidas sí que la mantenían. “Este resultado refuerza que es el comportamiento de los animales el que determina como de conectados están los ecosistemas”, afirma Lapiedra.
Un cambio que se perpetúa
Los resultados también apuntan a que los lagartos anolis ya nacidos en las islas reproducen el comportamiento de sus progenitores ante la amenaza. En general, los autores vieron que, a pesar de que se arriesgan algo más, todavía son más precavidos que los jóvenes de las islas sin depredadores. “Esto demuestra que los cambios no son anecdóticos, a corto plazo, sino que pueden perdurar generación tras generación”, enfatiza Lapiedra.
El equipo destaca que esta investigación ayuda a entender que, por muy pequeño que parezca un cambio, las consecuencias pueden modificar los ecosistemas naturales a largo plazo. “Por eso, es clave minimizar la introducción de especies foráneas en ecosistemas naturales, puesto que las consecuencias pueden tener un alcance más grande del que inicialmente pensamos”, alerta Lapiedra.
En el estudio también han participado las universidades de California y Harvard de Estados Unidos; la Universidad de Concordia en Canadá y la Universidad de Cork en Irlanda.
Artículo de referencia: Lapiedra O., Morales, N., H. Yang L., et al. Predator-driven behavioral shifts in a common lizard shape resource-flow from marine to terrestrial ecosystems. Ecology Letters. http://doi.org/10.1111/ele.14335
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