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Fotografía ilustrativa del artículo
| 08 Mar 2021

La protección del lobo es una oportunidad para las zonas rurales

biodiversidad , conservación , lobo

El lobo ibérico (Canis lupus signatus), una subespecie endémica de la península ibérica, fue incluido el pasado 3 de febrero en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (LESPRE). La inclusión, que equipara el estatus del animal con el existente en prácticamente toda la UE, excluye la actividad comercial y deportiva por ser incompatible con su sostenibilidad como especie.

Es decir, el lobo no será considerado sujeto cinegético. Esto no significa que sus poblaciones no puedan ser reguladas ni que algunos ejemplares puedan ser controlados y cazados, pero siempre siguiendo medidas de gestión de poblaciones debidamente justificadas y autorizadas.

Una polémica tan antigua como la civilización.

Una vez más, la decisión adoptada ha abierto toda la polémica que arrastra la convivencia del lobo con humanos desde al menos el neolítico. En Europa ya no existen especies de mamíferos que pongan en peligro la vida de las personas, como sí hay en otras zonas del mundo. Todas las grandes especies depredadoras o peligrosas europeas ya están extinguidas. Las que sobreviven son algunas susceptibles de generar daños en la actividad económica.

Si una de las regiones más ricas del mundo, la Unión Europea, no logra conservar los pocos depredadores que quedan, qué lecciones podremos dar a los países pobres que conviven con una naturaleza mucho más diversa y problemática.

Ancestro de nuestros perros domésticos, el lobo ha logrado resistir a duras penas el avance de la civilización. Su progresiva desaparición en toda Europa desde el siglo XIX hasta finales del XX provocó la extinción de la especie en gran parte de su área de distribución, que quedó prácticamente reducida a las zonas más inhóspitas de todo el continente.

En los dos censos globales que se han efectuado en España, los de 1987 y 2014, el número de manadas (294 y 297) ha permanecido prácticamente estable. Esta estabilización poblacional es similar a la de Portugal, donde el número de manadas durante una década ha permanecido en torno a sesenta. Salvo en casos puntuales, hablar de “manadas” es un eufemismo: las manadas ibéricas tienen densidades extremadamente bajas, de apenas cuatro ejemplares.

Aunque se afirme lo contrario, eso significa que el lobo ibérico no está en franco avance ni existen datos objetivos que permitan sostener que sus poblaciones han crecido de manera desorbitada.

A grandes rasgos, lo que ha ocurrido es que en algunas zonas se ha detectado de nuevo después de muchos años, mientras que en otras se ha extinguido, como ocurrió con las poblaciones andaluzas y extremeñas, desaparecidas definitivamente a finales de los años 90. De hecho, la especie encuentra grandes dificultades de extenderse hacia el este, a través de las comunidades de Aragón, La Rioja o Castilla-La Mancha.

Al margen de los fraudes, y aunque los daños causados por los lobos son mínimos y apenas afectan a un 0,04 % de la cabaña ganadera, en total unos dos millones de euros (una cantidad muy inferior a la prevista por el Gobierno para la protección de la especie), el verdadero quid de la cuestión es contrastar si la presencia del lobo es perjudicial para los habitantes rurales. Y si así fuera, qué se podría hacer para revertir la situación.

Proteger al lobo no es un problema, es una oportunidad.

Es obvio que la protección de la biodiversidad no puede recaer exclusivamente sobre los hombros de los ganaderos, por lo que el enfrentamiento entre ganadería y lobos no debería ser irresoluble en una sociedad moderna.

Las soluciones pasan por aplicar métodos tradicionales de pastoreo como los mastines y la recogida nocturna del ganado, y otras medidas más modernas que controlen al ganado a lo largo del día. En la zona de España con mayor densidad de lobos, Sanabria, la Sierra de la Culebra y la montaña palentina, donde se aplican esas medidas preventivas, los ataques son muy escasos.

Además, la presencia de lobos puede ser una oportunidad para las zonas “loberas”. El considerado «el experimento ecológico más celebrado de la historia», la recuperación del lobo en Yellowstone es una demostración empírica de las ventajas no ya biológicas, también económicas, de la introducción del animal. En otro estudio desarrollado en el Parque nacional de Denali se estimó que las posibilidades de ver lobo suponían un incremento potencial del gasto de cada turista de unos 300 dolares.

El desarrollo del turismo ligado a osos y linces en España indica que son factores que incrementan significativamente el desarrollo turístico de las zonas en las que viven. En 2017, la Secretaría de Estado de Turismo elaboró un estudio que indica que más de 3 000 turistas acudieron a la Sierra de la Culebra (Zamora) con el objetivo de ver lobos en libertad, lo que supuso entre 600 000 y 700 000 euros anuales de ingresos directamente relacionados con la presencia de la especie en la zona.

Este tipo de turismo, que deja unas rentas casi diez veces superiores a las que se obtienen por la caza, ya está funcionando en algunas regiones de España y puede exportarse a los territorios loberos de la península.

El desarrollo del ecoturismo que pueden generar unas poblaciones loberas sanas y estables, que, además, controlen las poblaciones de corzos y jabalís muy crecidas en los últimos años, parece incontestable. El tema más polémico es como compaginar la cabaña ganadera con las poblaciones de lobos.

Canis lupus signatus.

Ayudas para los ganaderos.

En la mayoría de los países europeos la caza solo está permitida en casos de daños severos y las administraciones indemnizan a los ganaderos que han sufrido daños, como se hace en España. En este esquema, cada ganadero que sufra efectos negativos sobre su cabaña debería ser compensado por las pérdidas, sin que la presencia del lobo provoque ningún efecto económico negativo sobre su explotación.

La inclusión de la especie en el listado puede ayudar a regular institucionalmente las ayudas, generar mecanismos de control de daños, intercambiar experiencias para que la presencia de lobos en cualquier territorio resulte beneficiosa para el equilibrio ecológico del mismo sin merma para los ganaderos. Estos objetivos se están cumpliendo en el caso del lobo y de otras especies en otros países como Francia, y no deberían ser difíciles de alcanzar.

En realidad, la relación entre agricultura, ganadería y conservación debe redundar en beneficio mutuo. Los agricultores y ganaderos que convivan con especies o hábitats de interés deben tener un beneficio claro sobre el resto del sector primario en la Política Agraria Común (PAC). Ellos son los que conviven diariamente con la fauna silvestre y son los que de verdad convierten al sector primario en un beneficio al conjunto de los ciudadanos y mantienen una naturaleza equilibrada y un medioambiente limpio y diverso.

En definitiva, el lobo es un elemento más del territorio rural y su gestión se debe incardinar no solo en la conservación de nuestro patrimonio natural, sino también dentro de la política territorial de desarrollo rural. Por ello, hay que demandar la incorporación para las zonas loberas de la figura del contrato territorial de explotación como base jurídica para contemplar la totalidad de las acciones y compromisos públicos y privados en relación con la gestión de la especie.

La recuperación de nuestro patrimonio natural es una palanca para construir futuro. No se construye el futuro utilizando demagógicamente argumentos del pasado. El lobo hace mucho tiempo que dejó de ser un rival, un enemigo, para convertirse en una posibilidad, una capacidad y un argumento. Cuanto antes lo veamos así, antes empezaremos a rentabilizarlo.

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