
Estudian el impacto del cambio climático en las últimas lagunas permanentes andaluzas
Investigadores de la Universidad Pablo de Olavide han analizado la evolución hídrica de los tres humedales de campiña que aún conservan agua todo el año en Andalucía, entre Córdoba y Málaga. El calentamiento global, sumado a la presión sobre los acuíferos, podría convertirlos en temporales en las próximas décadas. Proponen una mejor gestión del agua subterránea, la restauración del entorno y aplicar modelos que ayuden a anticiparse a su deterioro.
Un equipo de investigadores del grupo de Hidrogeología de la Universidad Pablo de Olavide ha constatado cómo el cambio climático podría modificar la fisonomía de tres lagunas emblemáticas andaluzas, las únicas de campiña que mantienen agua de forma permanente. Se trata de Zóñar y Amarga, espacios protegidos en la Reserva Natural Lagunas del Sur de Córdoba, y Grande, perteneciente a las Lagunas de Archidona (Málaga).
Mientras el resto de humedales de interior se secan en verano, salvo años excepcionalmente lluviosos, estos son más profundos, por lo que hasta ahora han conseguido mantener su estabilidad hídrica. Sin embargo, al modelar su evolución bajo distintos escenarios de temperaturas extremas y sequías prolongadas, los científicos concluyen que estos ecosistemas podrían verse alterados en las próximas décadas. En concreto, apuntan a una alta probabilidad de que las lagunas Grande y Amarga se transformen en temporales. Zóñar, gracias a la descarga de aguas subterráneas, es la más resistente, manteniéndose inundada incluso en condiciones climáticas severas.

El equipo de investigadores del grupo de Hidrogeología de la Universidad Pablo de Olavide.
Estos resultados destacan la importancia de la profundidad y la conexión con manantiales para la resiliencia de los humedales. “Las lagunas de campiña se enfrentan a una doble amenaza, el cambio climático y la presión humana”, explica a la Fundación Descubre el investigador de la Universidad Pablo de Olavide Alejandro Jiménez, uno de los autores del estudio.
Según los expertos, medidas como una regulación más estricta de la extracción de agua subterránea, la restauración de zonas degradadas y la implantación de modelos hidrogeológicos avanzados permitirían anticiparse a los efectos del clima. Sólo así se garantizaría la estabilidad de estos ecosistemas y se preservaría la biodiversidad animal y vegetal.
Escenarios climáticos extremos
Este trabajo, en el que también participa la Universidad de Almería, se enmarca en un proyecto que iniciaron en 2015 para estudiar los humedales peridunares del Parque Nacional de Doñana. “Dado que se están secando lagunas que tradicionalmente eran permanentes, como Santa Olalla, queríamos ver hasta qué punto estas tres de campiña pueden también convertirse en temporales a consecuencia del cambio climático”, señala el profesor de la UPO Miguel Rodríguez, investigador principal del estudio.
El equipo aplicó una metodología similar a la empleada en este humedal peridunar, el más importante de Doñana, cuando alertaron de su posible desecación antes de que ocurriera por primera vez en 2022. Recopilaron datos reales sobre los niveles de agua de Zóñar, Grande y Amarga durante 20 años para calibrar modelos hidrológicos, simulando la evolución desde 2030 a 2060 bajo dos escenarios climáticos, uno con emisiones de gases de efecto invernadero moderado y otro más alto.
En ambas situaciones, Grande y Amarga experimentaron fluctuaciones más extremas en su nivel de agua, llegando a transformarse en temporales o incluso secarse completamente en ciertos períodos hacia mediados del siglo XXI. Zóñar, en cambio, se mantuvo más estable al tener mayor profundidad y recibir descargas de aguas subterráneas.

La laguna Zóñar, en una imagen de 2024, se mantuvo más estable al tener mayor profundidad y recibir descargar de aguas subterráneas.
Sin embargo, un estudio previo de la UAL constató períodos de sequía en este humedal durante la época romana, hace aproximadamente 2.500 años, relacionada con el desvío de agua para uso doméstico y agrícola. “Hoy en día estas lagunas están protegidas por la figura de reserva natural, por lo que no se puede utilizar el agua de un manantial para abastecimiento humano ni riego. La amenaza es la sobreexplotación de los acuíferos, el uso que se hace en la cuenca vertiente, de cuyo aporte hídrico depende mucho la laguna, y ahí no existen restricciones específicas de protección, por lo que se puede, por ejemplo, perforar pozos”, advierte Rodríguez.
Medidas para anticiparse a los efectos del clima
Los resultados de la investigación, que detallan en el estudio titulado ‘Impact of climate change on permanent lakes in a semiarid region: Southwestern Mediterranean basin’, publicado en la revista Science of the Total Environment, ponen de relieve que las lagunas con mayores aportes de agua subterránea resisten mejor condiciones como el aumento de la evaporación y la disminución de la precipitación, pero también dependen más de las variaciones en los niveles de agua del subsuelo y de la gestión de los manantiales.
Para hacer frente a este desafío, los expertos resaltan la necesidad de implementar modelos hidrogeológicos como el que han desarrollado, que permitan comprender mejor la relación entre las aguas superficiales y subterráneas, y predecir la reacción de los acuíferos ante cambios en el clima y extracciones para uso humano o agrícola.
Otras medidas propuestas por los investigadores se centran en restaurar la vegetación ribereña para mejorar la retención de sedimentos aportados por la escorrentía; establecer perímetros de protección que se correspondan con las cuencas hidrológicas en los que no se permita los sondeos ni cualquier otra actuación que suponga una sobreexplotación de los acuíferos; o incluso la adquisición pública de los terrenos privados limítrofes para poder modificar la actividad a un uso más sostenible.
El estudio fue financiado por el proyecto GYPCLIMATE, del Ministerio de Ciencia e Innovación, y un convenio entre la Universidad Pablo de Olavide y la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir.
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