Desarrollan un método para evaluar cómo percibe la gente la presencia en su entorno urbano de especies invasoras
Este trabajo de la Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) toma como modelo la cotorra de Kramer (Psittacula krameri), especie natural de la India que se ha instalado en multitud de localidades españolas, y la ciudad de Sevilla. Según los resultados, publicados en la revista NeoBiota, cuanto mayor es la integración de las cotorras en un entorno, peor es la percepción que la sociedad tiene de ellas.
Un estudio en el que ha participado el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha desarrollado un método para evaluar cómo percibe la gente la presencia en su entorno urbano de especies invasoras, un factor clave en la planificación de la gestión medioambiental. Este trabajo toma como modelo la cotorra de Kramer (Psittacula krameri), especie natural de la India que se ha instalado en multitud de localidades españolas, y la ciudad de Sevilla. Según los resultados, publicados en la revista NeoBiota, cuanto mayor es la integración de las cotorras en un entorno, peor es la percepción que la sociedad tiene de ellas.
“Entre las especies con mayor potencial invasor que han aparecido en España se encuentra la cotorra de Kramer. Hay evidencias de su impacto sobre la biodiversidad nativa y la economía, principalmente por daños a la agricultura. Ante este escenario se han planteado diversas propuestas de gestión de la especie en diferentes localidades españolas. Sin embargo, estas han provocado reacciones por parte de los vecinos tanto positivas como negativas”, explica el investigador del CSIC Álvaro Luna, de la Estación Biológica de Doñana.
La herramienta desarrollada por los autores de este trabajo ha servido para esclarecer qué piensan diferentes sectores de Sevilla sobre la presencia de la cotorra de Kramer en la ciudad. En el estudio se preseleccionaron cinco colectivos diferentes: jardineros y otros trabajadores de parques, agricultores, vecinos residentes cercanos al principal dormidero de la cotorra, visitantes de parques con cotorras y visitantes de parques sin cotorras. En una serie de encuestas visuales aparecían imágenes de 20 aves (incluyendo a la cotorra de Kramer), entre las que los participantes tenían que elegir las 10 que les gustaría tener cerca. No se ofreció información en ningún momento sobre el objetivo ni la especie de interés del estudio.
“La cotorra resultó ser menos elegida que lo que cabría esperar por azar, y se quedó en el puesto 14 entre las 20 especies propuestas. Además, la percepción sobre la cotorra varió según el grado de cercanía y conocimiento que se tuviera de ella: los grupos de personas con mayor contacto con la especie tenían peor opinión que los visitantes de parques, para los que la cotorra era tan solo una especie más. Esto hace pensar que conforme la cotorra se convierte en una especie más común en la vida diaria, empeora la opinión sobre ella”, añade Luna.
Los resultados del estudio fueron confirmados posteriormente con metodología clásica, basada en un cuestionario al uso. Además, los investigadores comprobaron que la percepción no dependía de aspectos demográficos o sociales de los encuestados, exceptuando que los hombres tienen una percepción un poco más negativa sobre la cotorra que las mujeres.
“Este inexplorado sistema de encuestas visuales ha resultado fácil de utilizar y ha dado resultados fiables. Por ello, se podría aplicar este tipo de encuestas a otros tipos de organismos y a una multitud de escenarios vinculados a la gestión de la naturaleza”, concluye el investigador.
Últimas noticias
Los ejemplares descubiertos muestran una combinación de características que no se encuentran en ninguna rosa salvaje ni de Europa ni del resto de las poblaciones del archipiélago. En el estudio, publicado en Flora Montiberica, ha participado el investigador Modesto Luceño de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
Investigadores de la Universidad de Sevilla, en colaboración con la Universidad Tecnológica de Perú, han publicado un estudio que concluye que estos humedales podrían desaparecer en un tiempo que oscila entre los 42 y 189 años.