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La actividad humana ha generado lugares y momentos donde “no crece ni la hierba”, pero qué duda cabe de que la era de la industrialización y sus vertiginosos avances tecnológicos han aumentado la frecuencia e intensidad de estos desastres ecológicos.
Los alimentos que proceden de los océanos desempeñan un papel crucial en la consecución de la meta que supone alimentar a la población mundial conforme a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por la ONU.
La agricultura es medio ambiente, forma agroecosistemas, y las prácticas sostenibles en agricultura sirven tanto a la salud de la población como a la del planeta.
El consumo ciudadano es el principal responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI): entre el 60 y el 75 % de los GEI están ligados a nuestro transporte, comida, vestido o climatización.
En los Pirineos cada vez hay menor disponibilidad de agua, se constatan cambios en la biodiversidad vegetal y animal, y es evidente que la línea del bosque asciende hacia zonas ocupadas antes solo por praderas. Se vive una nueva realidad social en los pequeños núcleos y pueblos.
La ciencia actual apunta a que los ácaros de las plumas de las aves no son perjudiciales para estas, es decir, no son parásitos, sino que podrían ser incluso beneficiosos (mutualistas) porque se alimentan de hongos y bacterias que degradan las plumas (queratinófagos).
Al pensar en especies invasoras generalmente nos vienen a la mente aquellas que causan problemas a los ecosistemas que invaden y a las especies nativas con las que forzosamente coexisten.
Entre la gran diversidad que alberga el reino de las plantas, algunas se han especializado en robar el alimento a otras. Estas jetas son las plantas parásitas.