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Fotografía ilustrativa del artículo
| 14 Dic 2021

Las doce consecuencias de la crisis climática en las montañas

En los Pirineos cada vez hay menor disponibilidad de agua, se constatan cambios en la biodiversidad vegetal y animal, y es evidente que la línea del bosque asciende hacia zonas ocupadas antes solo por praderas. Se vive una nueva realidad social en los pequeños núcleos y pueblos.

cambio climatico , Cambio global , montañas

Fuente: Agencia SINC

Cuando amanece en el refugio Oulettes de Gaube (Francia), Bernat Claramunt está listo para iniciar una expedición como guía científico por el valle de Gaube, en los Pirineos. Como ecólogo del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y experto en los sistemas montañosos, conoce bien el terreno. Por esto, no puede dejar de mirar el Glaciar des Oulettes y constatar su retroceso, aunque siga mostrándose imponente.

En la travesía que emprende esta vez le acompaña un grupo de investigación científica que busca medir losefectos del cambio global en la montaña. Una actividad que cubrirán en 3 etapas a lo largo del Parque Natural de los Pirineos, ubicado en Francia, para recorrer los restos de los glaciares del macizo del Vignamale, los más extensos de la vertiente norte del Pirineo. Su objetivo es conocer de primera mano el estado de los glaciares y de la vegetación alpina, además de medir las características de los lagos, conocer los usos de praderas y pastos y la evolución de la vida en los valles.

Los glaciares son un paradigma innegable: el aumento de la temperatura los afecta de manera crítica. “Su tamaño es cada vez más pequeño y tienen menor grosor y en el Pirineo es evidente que están desapareciendo”, afirma Claramunt. En esta zona montañosa todos los glaciares han experimentado un retroceso irreversible, algo evidente en los del Aneto, la Maladeta y el Monte Perdido (en Aragón, España), así como los de Ossue y Marboré (en Francia). En territorio francés, glaciares de menor extensión, como el Troumouse y el Taillon, han desaparecido completamente en el margen de 40 años; como en Cataluña, donde hoy tampoco queda ningún glaciar.

Agua, biodiversidad y desarrollo rural.

Proveer agua, garantizar la biodiversidad y facilitar el desarrollo de un entorno socio-económico sostenible son algunos de los grandes beneficios que aportan las zonas de montaña. De hecho, son beneficios (o servicios ecosistémicos) que se prestan a todo el continente europeo.

En su función de torres de agua, las zonas de montaña son responsables de suministrar este bien esencial a la mitad de la población mundial, así como de generar energía hidroeléctrica para los habitantes de las tierras altas y bajas. Como puntos calientes de biodiversidad, albergan la mayoría de los lugares de Natura 2000, la red ecológica europea de áreas de protección. Y, además, ofrecen oportunidades para el ocio basadas en sus atributos naturales y su patrimonio cultural.

Sin embargo, nuestra sociedad demanda cada vez más los servicios que prestan las zonas de montaña, algo que añade una presión más allá del cambio climático y que las sitúa en una posición de mayor riesgo.

Es el momento de plantearse nuevos modelos de desarrollo sostenible para estas regiones”, comenta Bernat Claramunt, que coordina la red científica europea NEMOR, con unas 40 organizaciones de toda Europa. Según el investigador, para asegurar este desarrollo sostenible habrá que determinar un punto de encuentro entre conocimiento científico y acciones y políticas públicas. “El entendimiento mutuo sobre cómo abordar los retos actuales y futuros del cambio global en las zonas de montaña debería ser una de las prioridades en Europa”, asegura.

Además, en este enfoque común habrá que tener en cuenta los retos específicos de cada territorio. “Conocemos los grandes desafíos de las montañas, pero hace falta describirlos en detalle para cada región y determinar cómo proceder”, apunta Claramunt. Todavía hay muchas incógnitas en cuanto a cómo afrontar el cambio global en este entorno, y aún quedan muchas lagunas de investigación y conocimiento por cubrir. Por ejemplo, consideramos beneficiosa la diversificación de deportes de invierno, que podría llegar a convertir algunas zonas en estaciones de montaña, pero desconocemos el efecto de la presencia continua de visitantes sobre la biodiversidad de esa zona.

Más humanos, más calor, menos agua.

La intensa presencia humana, la subida de los termómetros en las cumbres y la menor disponibilidad de agua aceleran una nueva circunstancia en las zonas de montaña. El equilibrio entre disfrutar de la naturaleza y perjudicarla con nuestra presencia es una realidad de difícil encaje, sobre todo cuando es frecuente y sin una regulación clara. Desde la región del Cáucaso, por ejemplo, se alerta de los efectos de los factores antropogénicos.

“La consecuencia de la presión humana sobre los diferentes ecosistemas y la biodiversidad es bastante severa, altera sus estructuras y funciones y, en consecuencia, impacta en los servicios vitales para el bienestar de la población rural y urbana y en el desarrollo sostenible de la región”, según explica Mary Kate Ugrekhelidze, vinculada a Sustainable Caucasus, una red de gestión y estudio sobre las montañas, vinculada a las Naciones Unidas.

El aumento de la temperatura media se traduce en menos precipitaciones y una mayor evaporación del agua, que amenazan a las zonas de montaña de Europa y de todo el mundo. Una de las principales consecuencias es que se incrementa el riesgo de incendio en estos territorios –casi inexistente hasta ahora– y se reduce la disponibilidad de agua dulce. Una realidad que incide también en la red fluvial.

Al sur de Europa uno de los ríos más afectados es el Ebro, con un recorrido que nace en el norte de España y desemboca en la costa mediterránea. “En su cuenca se han registrado descensos significativos de más del 50% del caudal anual, en concreto de las estaciones de aforo estudiadas desde 1950 hasta 2010″, según se desprende del último informe del Observatorio Pirenaico del Cambio Climático (OPCC), ubicado en Huesca (España).

Antes y el después del cambio global en las zonas de montaña y en la vida de las personas

Antes y el después del cambio global en las zonas de montaña y en la vida de las personas

Una línea de árboles más lejana.

“¿Y cómo reacciona el paisaje, la vida salvaje, a todos estos cambios?”, pregunta Sara Costa, una de las científicas que acompañan a Bernat Claramunt en la expedición por el Parque Natural de los Pirineos. “Te propongo mirar esa cumbre con los prismáticos para identificar dónde llega el límite del bosque. Hace 30 años allí no crecían árboles”, le responde el investigador del CREAF.

El cambio climático obliga a muchas especies de plantas y a determinada fauna a adaptar su ciclo de vida y distribución. La diversidad de micro hábitats de montaña ofrece refugio climático sobre todo a especies de pequeño tamaño: desplazándose pocos metros encuentran condiciones similares a las existentes antes del aumento de temperaturas.

Algunas especies serán capaces de adaptarse al cambio de condiciones –como la cubierta de arbustos en la tundra por ahora sin árboles– y otras están siendo ya afectadas y en peligro de extinción. Es el caso de animales como el urogallo, cuya población ha menguado de manera drástica a causa de la presencia humana en los hábitats que ocupa en bosques subalpinos del Pirineo y Prepirineo.

Repensar los pueblos de montaña.

Hay, además, un tipo de erosión añadido en las zonas de montaña y es la que provoca la despoblación. Supone pérdida del patrimonio cultural y, como consecuencia, desgasta la realidad socio económica, ya que los pueblos se vacían. La otra cara de la moneda son las segundas residencias con baja tasa de ocupación en estos territorios, que se acaban convirtiendo en barrios fantasma pero que, igualmente, demandan recursos por mantenimiento y servicios.

Sin embargo, a raíz de la pandemia de covid-19 algunas zonas de montaña han experimentado la situación inversa, por el asentamiento de personas en busca de una alternativa al ritmo urbano. Bernat Claramunt insiste en que este crecimiento repentino de habitantes supone una presión añadida: mayor demanda de los servicios ecosistémicos y los beneficios que proporcionan las montañas, además de nuevos retos en una mínima cobertura geográfica del transporte público, acceso a los sistemas sanitario y educativo y conexión a internet. Stefano Sala, de UNIMONT, un centro de investigación y docencia vinculado a la Universidad de Milán (Italia), subraya que “el impacto del cambio global en el activo socioeconómico de las zonas de montaña se ha visto agravado por la crisis del covid-19″.

Los deportes de invierno vinculados a la nieve, una rama esencial para la economía de algunas zonas de montaña, son los otros grandes afectados desde hace años. En los Alpes y en los Pirineos la nieve ha disminuido durante el último siglo y se prevé que esta tendencia continúe.

Algunos deberes hechos.

“¿Algún país europeo ha hecho los deberes?” De nuevo, una pregunta del grupo de especialistas que constata el cambio global en las montañas. Sí, la realidad de las zonas de montaña forma parte del discurso político –tanto a escala local como mundial– y algunos países europeos han promulgado leyes específicas, mientras que otros han adoptado enfoques más sectoriales, orientados a la biodiversidad o la gestión forestal.

Existen programas específicos en curso en algunos países de Europa, que promueven la cooperación regional contra la vulnerabilidad de la población de las montañas ante los fenómenos meteorológicos extremos, inducidos por el cambio climático (olas de calor, tormentas repentinas e intensas, bajadas drásticas de temperatura o riadas). También existen proyectos concretos de gestión del agua y el estudio y adaptación al cambio climático, como por ejemplo iniciativas de cooperación transfronteriza.

Sea como sea, Europa sigue teniendo pendiente impulsar una agenda de investigación y una estrategia política comunes sobre las regiones montañosas. La expedición termina su recorrido en el circo montañoso de Gavarnie donde sigue siendo muy evidente el retroceso de las nieves perpetuas, en este caso en los glaciares del Marboré, del Taillón y el de los Gabietos.

«Estamos en la vertiente norte, en una zona con mucha altitud donde los glaciares eran una auténtica reserva hídrica… este retroceso tan evidente y acelerado es el paso previo a su completa desaparición”, reflexiona Bernat Claramunt. Ojalá que el resultado de expediciones científicas como esta sean útiles para aplicar evidencia científica a las directrices y acciones políticas.

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