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Fotografía ilustrativa del artículo
| 12 Dic 2022

Fitoplasma: el amigo invisible de las flores de Pascua

Como ha ocurrido con tantas invenciones estadounidenses del siglo XX, desde la Coca-Cola a Halloween, las flores de Pascua, que ni son verdaderas flores ni florecen en Pascua, se extendieron como iconos navideños por todo el mundo a partir de mediados del siglo pasado.

botánica , Navidad

Autoría: Manuel Peinado Lorca

Fuente: The Conversation

Como ha ocurrido con tantas invenciones estadounidenses del siglo XX, desde la Coca-Cola a Halloween, las flores de Pascua, que ni son verdaderas flores ni florecen en Pascua, se extendieron como iconos navideños por todo el mundo a partir de mediados del siglo pasado.

Desde tiempos inmemoriales, las flores de Pascua eran conocidas por los aztecas, quienes las llamaban cuetlaxochitl. Simbolizaban la pureza y la resurrección y, por lo mismo, se colocaban en los altares dedicados a los guerreros que morían en batalla y renacían en un paraíso celestial.

Esos atributos fueron aprovechados por unos padres franciscanos que se asentaron el siglo XVII en Taxco y comenzaron a usarlas para adornar su iglesia durante la Navidad. Allí las vio Joel Robert Poinsett, el primer embajador de Estados Unidos en México.

Tras volver a su país en 1829, Poinsett, que llevó en su valija algunos esquejes, comenzó a cultivarlas en su plantación de Charleston, Carolina del Sur. Desde allí regalaba cada Navidad ejemplares floridos entre sus amigos y como exsiccata (ejemplares de colección) para algunos jardines botánicos selectos.

Pero que desde un pequeño círculo de amistades y del cultivo en jardines ilustrados se convirtieran en las plantas en maceta más vendidas de Estados Unidos –donde cada año se venden alrededor de cien millones de macetas en solo seis semanas– hay un largo trecho. No hay iPhone que supere ese récord de ventas ni de lejos.

La revolución de las poinsettias: de la flor cortada a las macetas.

Los responsables de la revolución comercial de las poinsettias (el nombre con el que se conocen en el mundo anglosajón en honor de su “descubridor”) se apellidan Ecke, unos floricultores californianos que fueron para esas plantas lo que los sudafricanos De Beers para los diamantes.

Antes de echar el cierre hace diez años, cuatro generaciones de Ecke convirtieron unas plantas que pocos estadounidenses habían tenido en sus manos en un elemento decorativo imprescindible desde Acción de Gracias a Año Nuevo.

La historia de los mayores productores de poinsettias del mundo dio comienzo cuando el patriarca de la dinastía, el inmigrante alemán Albert Ecke, llegó a California en 1902. Por entonces, estas plantas se vendían en puestos callejeros como flores cortadas en lugar de enraizadas en macetas. Tenían un gran inconveniente comercial: en el mejor de los casos se mantenían lozanas dos o tres días antes de marchitarse.

A partir de 1923, los Ecke lograron ir dándoles un cambio de imagen radical a través de una técnica de reproducción secreta que convirtió un desgarbado arbusto silvestre en una planta robusta, ramificada y voluptuosa. Una imaginativa campaña publicitaria hizo el resto.

Sin saber por qué, de los semilleros de los Ecke surgían plántulas que se desarrollaban en tipos nuevos más robustos, erguidos y ramificados. Por si fuera poco, producían más flores. Gracias a la introducción de estas variedades, comenzó la era moderna del cultivo de poinsettias.

Árbol de Poinsettia silvestre. Shutterstock / Gekko Gallery

Mientras que en los trópicos mexicanos las poinsettias silvestres eran unos arbustos que podían alcanzar más de dos de metros de altura, los cultivares (plantas seleccionadas) de los Ecke apenas medían un par de palmos, conservaban más tiempo las hojas y producían unas plantas ramificadas ideales para comercializarlas en macetas de flores múltiples.

Además, el porte erguido y la ramificación abierta facilitó primero la distribución por ferrocarril dentro de Estados Unidos y más tarde por vía aérea a otros mercados.

Comprobado el éxito, cultivadores de todo el mundo intentaron imitar el estilo Ecke. Probaron con las técnicas habituales entre floricultores: polinización y esquejes, pero ninguno daba con el secreto. La producción de las popularísimas poinsettias enraizadas estilo Ecke se había convertido en un misterio que sus competidores no lograban desvelar.

El ingrediente secreto de los Ecke.

Probablemente desde 1923, sin que ellos fueran conscientes, un mágico amigo invisible había vivido dentro de las poinsettias de los Ecke; un amigo cuyos misteriosos poderes favorecían la producción de morfotipos de ramificación libre.

Los investigadores empezaron a sospechar de la presencia de un agente biológico endófito (que vive dentro de la planta) cuando se descubrió que el temible virus del mosaico de la flor de Pascua (PNMV) aparecía en todos los ejemplares ramificados. Además, su capacidad para producir las valiosas ramificaciones multiflorales desaparecía cuando las plantas eran sometidas a los tratamientos utilizados tradicionalmente para eliminar patógenos, incluido el PNMV.

Por añadidura, la capacidad de ramificación libre se recuperaba cuando los ejemplares tratados se injertaban en plantas madre de ramificación libre. Y por si eso no bastaba, la posibilidad de un ataque vírico se descartó porque el PNMV también aparecía en cultivares de ramificación restringida.

En 1993, una publicación científica reveló que la búsqueda de otros agentes biológicos no víricos había fracasado. Para entonces, confiados en su secreto y dispuestos a monopolizar el comercio mundial de poinsettias, los Ecke habían obtenido un préstamo multimillonario a treinta años para ampliar la empresa. El momento que eligieron no pudo ser peor.

Imagínense que Coca-Cola ve su fórmula secreta distribuida por Internet. Así se sintieron los Ecke cuando, en 1997, unos investigadores universitarios publicaron un artículo que revelaba el proceso secreto de su familia: sus esquejes estaban infectados por un extraño microorganismo mitad bacteria mitad virus, un fitoplasma.

Era el mismo que producía la sharka del melocotón y el enanismo de las plantas del género Spiraea, pero resultaba benigno en la flor de Pascua. Los investigadores llegaron a la conclusión de que el fitoplasma era el amigo invisible que habitaba en los cultivares de ramificación libre y contribuía a la inducción de los lucidos brotes florales.

Ciclo de un fitoplasma. Los transmisores son unas chicharrillas o saltahojas, unos insectos succionadores de la familia Cicallediae.
Ciclo del fitoplasma. Manuel Peinado

¿Amigos o enemigos?

Los fitoplasmas son patógenos que provocan graves enfermedades en cientos de especies vegetales en todo el mundo. Su presencia en el floema (el tejido que conduce la savia elaborada) causa una serie de síntomas que sugieren profundas alteraciones perjudiciales en el equilibrio normal de las hormonas vegetales: esterilidad, virescencia y filodios florales, escobas de bruja, atrofia, amarillamiento, necrosis del floema y muerte regresiva de las ramas en las plantas leñosas.

Técnicamente, la ramificación libre es un síntoma de enfermedad de las flores de Pascua. Pero, como ocurre con el Potyvirus que causa el codiciado cambio de color de los pétalos de los tulipanes, el fitoplasma provoca unas esplendorosas manifestaciones florales navideñas que son una bendición para los floricultores: tan solo en España, por ejemplo, movilizará este mes nueve millones de ejemplares.

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