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| 27 Abr 2020

El cambio climático y la malaria : una relación compleja

La variación en las condiciones climáticas, como la temperatura, los patrones de lluvia y la humedad, tiene un efecto profundo en la longevidad del mosquito y en el desarrollo de los parásitos de la malaria en el mosquito y, en consecuencia, en la transmisión de la enfermedad.

cambio climatico , malaria

Autoría: S.D. Fernando

Fuente: Naciones Unidas

El cambio climático se define como una variación estadísticamente significativa ya sea del estado medio del clima o de su variabilidad, que persiste durante un largo período, por lo general durante décadas o períodos más prolongados, y que puede atribuirse a procesos naturales internos, fuerzas externas, o cambios antropogénicos persistentes en la composición de la atmósfera o en el uso de la tierra. La malaria, la enfermedad tropical parasitaria transmitida por mosquitos más importante y mortífera del mundo, mata a aproximadamente 1 millón de personas y afecta hasta a 1.000 millones de personas en 109 países de África, Asia y América Latina . La reducción del efecto de la malaria contribuirá significativamente a los esfuerzos para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, acordados por todos los Estados Miembros de las Naciones Unidas. La variación en las condiciones climáticas, como la temperatura, los patrones de lluvia y la humedad, tiene un efecto profundo en la longevidad del mosquito y en el desarrollo de los parásitos de la malaria en el mosquito y, en consecuencia, en la transmisión de la enfermedad .

La temperatura mundial ha aumentado significativamente en los últimos 100 años, con una tendencia acelerada al calentamiento desde mediados del decenio de 1950 . Modelos elementales sugieren que este aumento acelerará la velocidad de transmisión de las enfermedades transmitidas por mosquitos y ampliará su distribución geográfica , e identifican, en particular, un aumento de la malaria como un posible efecto del cambio climático. Mientras que algunos estudios hablan de un aumento en la propagación de la enfermedad en las zonas endémicas de malaria actuales o la reaparición de la enfermedad en las zonas que han controlado su transmisión o eliminado la enfermedad en el pasado otros concluyen que no existe ninguna relación entre la malaria y el cambio climático. Históricamente, la malaria era endémica en Europa, incluso en Escandinavia, pero fue eliminada en 1975, a pesar del aumento de la temperatura mundial, debido a la mejora de las condiciones socioeconómicas, la mejora del riego y el drenaje, la introducción de nuevos métodos de cultivo, los cambios de comportamiento, y el acceso a una mejor atención sanitaria.

Debido a la compleja relación entre la malaria y el cambio climático, todavía persisten lagunas en lo que sabemos sobre los mecanismos que los vinculan. El cambio climático aumentará las posibilidades de transmisión de la malaria en las zonas tradicionales de prevalencia de la enfermedad, en las zonas donde ha sido controlada y en nuevas zonas en las que tradicionalmente no ha existido. Un aumento de la temperatura, las precipitaciones y la humedad puede provocar una proliferación de los mosquitos que transmiten la malaria a mayores altitudes, lo que tendría como resultado un aumento de la transmisión de la malaria en las zonas en las que previamente no se había registrado la presencia de la enfermedad. En altitudes inferiores donde la malaria ya es un problema, un aumento de las temperaturas alterará el ciclo de crecimiento del parásito en el mosquito, lo que le permitirá desarrollarse más rápidamente, aumentará la transmisión y, por lo tanto, tendrá consecuencias sobre la carga de enfermedad.

El cambio climático influye de manera importante en el ciclo de El Niño, que se sabe está asociado con un mayor riesgo de algunas enfermedades transmitidas por mosquitos, como la malaria, el dengue y la fiebre del Valle del Rift. En climas secos, las lluvias torrenciales pueden proporcionar buenas condiciones de reproducción para los mosquitos. El aumento de la humedad y las sequías pueden convertir los ríos en cadenas de charcas, los lugares de reproducción preferidos de los mosquitos. En algunas zonas, las fuertes lluvias pueden llevarse consigo los lugares de reproducción y reducir la incidencia de la malaria. En Colombia y Venezuela, los casos de malaria aumentaron en más de un tercio tras las condiciones secas asociadas a El Niño. En Sri Lanka, antes de que se utilizara el DDT (un pesticida agrícola sintético utilizado en el control del ciclo de vida de la malaria), el riesgo de la malaria se triplicó en ausencia del monzón, también asociado a El Niño. Los países de África meridional han experimentado recientemente epidemias de malaria tras lluvias inusuales. En la India occidental y noroccidental se registraron más casos de malaria cuando se produjeron mayores precipitaciones durante La Niña en 1996 y menos lluvia y menos casos de malaria en la misma zona durante El Niño en 1998. En resumen, los cambios en el ciclo de El Niño tienen la capacidad de aumentar el potencial malariogénico, lo que provoca epidemias de malaria.

Tal vez no sea posible cuantificar en qué medida el cambio climático afecta a la transmisión de la malaria, puesto que depende de muchos factores, como la población y la dinámica demográfica, la resistencia a los medicamentos, la resistencia a los insecticidas, las actividades humanas como la deforestación, la irrigación, el drenaje de tierras pantanosas, etc., y su impacto en la ecología local. Además, otros efectos del cambio climático pueden causar una mayor susceptibilidad a la malaria. Por ejemplo, los efectos negativos sobre la salud, que podrían contribuir a la degradación social y a pérdidas económicas, pueden provocar la incapacidad de establecer un diagnóstico precoz y administrar un tratamiento temprano o dificultar las actividades de control, tales como la fumigación con insecticidas, aumentando de este modo la transmisión de la enfermedad. Se han elaborado modelos económicos de la disminución de la transmisión de la malaria mediante la mitigación del cambio climático a través de las emisiones de dióxido de carbono, en comparación con otros métodos. Se estima que con lo que cuesta salvar una vida mediante la reducción de las emisiones, se pueden salvar 78.000 vidas anualmente mediante el uso de mosquiteros, aerosoles de interior de DDT no perjudiciales para el medio ambiente, y subvenciones para nuevas combinaciones eficaces de terapias.

La vigilancia y la preparación han sido los principales componentes de la estrategia de lucha contra la malaria adoptada desde 1992 por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además de un diagnóstico temprano y un tratamiento oportuno y eficaz, un control selectivo de los vectores y la creación de capacidad para prevenir epidemias y controlar la transmisión han sido las otras esferas en las que se ha centrado la estrategia. La aparición de tres innovaciones en las tiras reactivas para el diagnóstico, las artemisininas para el tratamiento de la malaria y los mosquiteros impregnados con insecticida para la prevención de la transmisión en la década de 1990, junto con nuevas iniciativas, como la iniciativa para lograr la regresión de la malaria de la OMS, el establecimiento del Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria , así como la inclusión de indicadores de la malaria en los Objetivos de Desarrollo del Milenio han provocado un interés renovado por el control de la malaria. Todos estos esfuerzos hicieron que se diese prioridad a la vigilancia, incluida la detección temprana y el tratamiento oportuno de casos, la creación de capacidad y la preparación.

La eliminación de la malaria de determinados países seleccionados se recoge de manera explícita en los objetivos del Plan de Acción Mundial contra el Paludismo. Se han logrado avances considerables en la eliminación de la malaria en algunos países durante los últimos años. Para el año 2015, se espera que por lo menos entre ocho y diez países que actualmente se encuentran en la fase de eliminación logren reducir a cero la incidencia de la infección de transmisión local. Más allá de 2015, se espera que los países que actualmente se encuentran en la fase previa a la eliminación pasen a la fase de eliminación. En consonancia con los objetivos del Plan de Acción Mundial contra el Paludismo, a partir de 2009, tres países que estaban en la fase de eliminación– Armenia, Egipto y Turkmenistán –no han registrado casos de malaria contraída localmente desde hace más de tres años, y han pasado a la fase de prevención de la reintroducción. Seis países, Azerbaiyán, Georgia, Kirguistán, Tayikistán, Turquía y Uzbekistá, todos de la región europea de la OMS, habían pasado de la fase previa a la eliminación a un enfoque de eliminación a nivel nacional en 2009.

El cambio climático aumentará tal vez la posibilidad de que se produzcan epidemias de malaria en los países tropicales que en la actualidad son susceptibles a la enfermedad. El aumento de las temperaturas y de los viajes en todo el mundo puede hacer que se vuelva a introducir la malaria o aumente su transmisión en países tropicales y templados que la han eliminado o controlado. Estos países serían propensos a las epidemias, ya que la vigilancia y la preparación para el control de la malaria pueden no ser tan intensas como cuando la malaria era un problema importante de salud pública en esos países. Es en este contexto en el que es más necesario subrayar la importancia de la vigilancia y la preparación y no ponerlas en riesgo, especialmente en los países en desarrollo, que tienen que buscar un equilibrio entre los diversos intereses que compiten por los escasos recursos, algunos de los cuales no están necesariamente relacionados con la salud. No nos olvidemos de los reveses de la era de la erradicación, que prometía mucho en las fases iniciales, pero que tuvo que ser abandonada más tarde; el ejemplo más clásico es el de la virtual eliminación de la malaria en Sri Lanka en 1963.

Notas

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