Doñana en la encrucijada
El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha condenado a España por no cuidar los hábitats protegidos de Doñana ni evitar las extracciones de agua que dañan su ecosistema.
Autoría: Eloy Revilla
Fuente: Agencia SINC
Doñana cambia de manera drástica con las estaciones. En verano, el horizonte es un espejismo de calor y polvo y, en los inviernos húmedos, un cristal de agua y cielo. Este espacio natural es un espejo donde podemos ver cómo gestionamos la naturaleza y quizá también adivinar el futuro que nos espera a todos nosotros como especie.
Los parques nacionales suelen estar localizados en áreas de bajo interés para los usos humanos, como las zonas montañosas o los desiertos. Sin embargo, Doñana está en un lugar poco común para un parque nacional, en las tierras bajas de la desembocadura del Guadalquivir. De hecho, los deltas y estuarios se encuentran entre las zonas más productivas del planeta, la gran mayoría transformados y ocupados por nuestra especie.
Su uso humano es antiguo, hace 100.000 años ya vivían aquí nuestros ‘hermanos’ los neandertales. Sin embargo, factores limitantes como la malaria o una propiedad de la tierra latifundista facilitaron que ese uso fuese de baja intensidad. Así, un lugar tan productivo como Doñana llegó al siglo XX sin haber sufrido una transformación completa hacia lo agrícola y urbano, manteniendo unos valores ambientales excepcionales en sus marismas, lagunas, cotos de monte mediterráneo y dunas.
En la primera mitad del siglo pasado se iniciaron los planes de desecación y transformación de la marisma a gran escala. En la segunda mitad de siglo la destrucción se aceleró impulsada por eso que, en un alarde de ignorancia, llamamos ‘desarrollo’. La marisma se convirtió en campos de arroz y otros cultivos o, simplemente, se desecó, los montes se llenaron de eucaliptos y la costa se urbanizó para atraer a los turistas.
La preocupante situación de los acuíferos.
Uno de los ecosistemas más característicos de Doñana son las miles de lagunas temporales, grandes y pequeñas, que se llenaban de agua en invierno y primavera para secarse en verano. Estos depósitos naturales son mayoritariamente afloramientos del agua subterránea almacenada en el acuífero denominado Almonte-Marismas, que es mucho más grande que el Espacio Natural de Doñana. Ocupa el área comprendida entre el Atlántico y desde la ciudad de Huelva hacia el este siguiendo el borde sur de Sierra Morena, hasta los ríos Guadiamar y Guadalquivir.
La profundidad a la que se encuentra el agua en el suelo depende, principalmente, del equilibrio entre dos factores, la cantidad de lluvia en el año, que recarga el acuífero, y las pérdidas naturales por descarga hacia los arroyos y lagunas, por la evapotranspiración de la vegetación y por las extracciones que se hacen para uso humano que, si no se hacen con tino, alteran el balance de la ecuación.
Las lagunas temporales están formadas por comunidades vegetales únicas que están catalogadas y protegidas por la Directiva Hábitats. Además, en el límite con las dunas, el acuífero descarga su agua en un rosario de lagunas permanentes. De estas aguas permanentes depende la supervivencia de numerosas plantas y animales acuáticos.
Los datos de seguimiento científico a largo plazo muestran un patrón muy claro. Las lagunas temporales cada vez tienen agua durante menos tiempo o simplemente ya no se llenan en invierno, y las que antes eran lagunas permanentes se secan en verano. Las especiales comunidades vegetales que cubrían las cubetas de las lagunas temporales están siendo sustituidas por matorral y pinar, mientras que las plantas y animales acuáticos de Doñana son cada vez más raros. El descenso del nivel freático está detrás de estos cambios. Los siguientes en la fila de los efectos serán los ambientes que dependen de la humedad del suelo, como es el caso del monte negro.
Al crecimiento legal de miles de hectáreas de nuevos cultivos se une el crecimiento desordenado de la agricultura, con centenares de extracciones ilegales de agua e incluso ocupaciones de montes públicos que son roturados para poner invernaderos. Este intenso consumo de agua hace que el acuífero descienda, con lo que las lagunas del interior del área protegida dejan de llenarse y desaparecen. El problema está en que no ha habido consideración del efecto que esos desarrollos (legales e ilegales) podían tener en el estado de conservación de Doñana, ni tampoco se ha actuado con diligencia a la hora de aplicar la legislación vigente respecto de las actividades ilegales.
Dejar de mirar para otro lado.
Europa nos afea la desidia administrativa que permite a los filibusteros apropiarse de bienes públicos en su propio beneficio. Es la tragedia de los comunes. Desafortunadamente, nuestros gobernantes, cuyo primer mandato es hacer cumplir la ley, están tan influenciados por el ruido mediático a escala local que han preferido mirar para otro lado. La sentencia pone también de manifiesto la falta de coordinación entre administraciones con distintas competencias. La sentencia nos obliga a actuar y, si no lo hacemos, la Comisión Europea nos volverá a denunciar. Para entonces, la siguiente sentencia incluirá elevadas multas que tendremos que pagar entre todos.
Los motivos de la condena no pueden sorprender, pues eran conocidos y asumidos. De hecho, cuando ya estaba hecho el desaguisado, se aprobó un plan de la Corona Forestal para intentar detener el desastre y la CHG ha declarado a tres sectores administrativos del acuífero como amenazados. Reparar algo ambientalmente roto es mucho más caro y difícil socialmente que prevenir el problema en un principio.
Legalmente, el manejo de las áreas protegidas se hace solo dentro de sus límites, pero en una zona tan dependiente de lo que ocurre fuera como Doñana, la figura de parque nacional se vuelve poco útil para conservar aquello que se intenta proteger. Hay, sin embargo, legislación general, que aplica a todo el territorio, que sí permite tener algo de esperanza, como la legislación derivada de las Directivas Europeas de Aguas o de Hábitats, e incluso leyes básicas como la de la propiedad del suelo.
El fragmentado marco administrativo del que depende la gestión dificulta sobremanera la conservación, ya que cada uno tiene intereses políticos y sociales muy distantes, quedando todo a expensas de la voluntad de coordinarse que tengan los distintos actores. En otros lugares, para evitar este tipo de problemas, las decisiones de gestión de las ‘joyas de la corona’ se toman con perspectiva y distancia, ya que solo así prevalece el interés común. En Estados Unidos, por ejemplo, los parques nacionales son un asunto federal gestionado por el Departamento de Interior.
No es hora de reflexionar, sino de actuar.
La ley hay que cumplirla, pero solo con eso no será suficiente, tenemos que reaccionar. La única manera es trabajar coordinadamente con planes de restauración ambiciosos, planes que consideren también la adaptación al futuro climático que tenemos encima. Y esto aplica también al uso humano del agua. Atrás quedó el llamado Plan Doñana 2005, en el que, tras el desastre del vertido de Aznalcóllar, se dio un primer paso en esta dirección con varias actuaciones de restauración que han sido muy importantes para la conservación de Doñana.
Debemos aprovechar la sentencia del Tribunal Europeo de Justicia para despertar de nuestro letargo. El Plan de la Corona Forestal de Doñana y el reconocimiento del mal estado del acuífero son un primer paso, pero a esas declaraciones tienen que sumarse actos rotundos y claros en pos de la restauración de los hábitats.
Doñana necesita un plan ambicioso a medio plazo, un Doñana 2030, que permita estabilizar y recuperar lo que se está deteriorando a gran velocidad y que permita tamponar el área protegida alejando los usos más intensivos, como la agricultura industrial, de las zonas más sensibles, estudiando también cómo en los próximos años el cambio climático y la subida del nivel del mar van a afectar a un lugar tan sensible. La tensión entre la conservación y la siempre creciente demanda de recursos en el exterior va a continuar, y cerrar los ojos no resuelve los problemas.
Doñana es una de las joyas de la naturaleza europea y, a pesar de ello, su espejo de agua y polvo no nos trae buenas noticias. Si hacemos esto con lugares emblemáticos que tienen los más altos niveles de protección, podemos imaginar los profundos cambios que estamos imponiendo al resto de nuestro país y del planeta. Ya no se trata de reflexionar, hay que actuar, y el primer paso ha de ser cumplir las leyes.
Doñana seguirá cambiando con el tiempo. De nosotros depende que sus valores naturales sigan siendo merecedores de los más altos reconocimientos a escala nacional e internacional.
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