Fotografía ilustrativa del artículo
| 27 Mar 2020

Deforestación y coronavirus: los cimientos de una pandemia

Estamos creando las condiciones que favorecen el encuentro entre estos virus, animales domésticos y seres humanos, y esto implica una amenaza a tener muy en cuenta en el futuro. Conclusión publicada en un artículo de la revista Frontiers in Microbiology.

deforestación , virus

Fuente: Ecomandanga

“Aunque la transmisión directa de coronavirus desde murciélagos hacia humanos no ha sido documentada todavía, estamos creando las condiciones que favorecen el encuentro entre estos virus, animales domésticos y seres humanos, y esto implica una amenaza a tener muy en cuenta en el futuro”. Ésta fue una de las conclusiones a las que llega un artículo publicado en 2018 en la revista Frontiers in Microbiology, liderado por la investigadora Aneta Afelt, de la la Universidad de Varsovia, en el que también colaboran investigadores del Centro Nacional de Investigación y Ciencia francés. No es el único trabajo, ni el más precoz, que incide en esa idea, puesto que otro artículo de 2007 publicado en la revista Clinical Microbiology Reviews se preguntaba si debíamos prepararnos para la re-emerencia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) después del brote inicial de 2002.

Desde el ámbito científico se lleva años alertando sobre la probabilidad de que se diera una situación como la actual. Sin embargo, estas advertencias han sido, como en tantos otros casos, ninguneadasrecordemos el reciente colapso del Mar Menor-. Lo más interesante del trabajo liderado por Afelt es que pone de relieve un aspecto crucial que, hasta ahora, y a pesar del bombardeo informativo, ha pasado bastante desapercibido: los cambios ambientales asociados a la actividad humana están creando el caldo de cultivo perfecto para que ciertos patógenos acaben ocasionando pandemias, con las importantes repercusiones de distinta índole que estamos sufriendo en nuestras carnes. Para ello, los autores basan gran parte de su argumentación en un estudio de 2017 que muestra que la diversidad de coronavirus en murciélagos muestra un patrón geográfico en lugar de evolutivo. ¿Pero, qué significa esto?

Los coronavirus y los murciélagos, una estrecha relación.

Los coronavirus son un viejo conocido en el ámbito veterinario. Su relación con ciertas patologías en aves, perros, gatos, vacas o cerdos es conocida desde hace muchos años. Además, están relacionados con parte de los resfriados comunes que afectan al ser humano. Sin embargo, no fue hasta 2002 cuando se registró el primer caso de neumonía atípica causada por un tipo de coronavirus no conocido con anterioridad en humanos, con origen en China, desde donde se expandió a otros 29 países con una tasa de mortalidad del 10%. Estábamos ante un nuevo episodio de zoonosis -enfermedad infecciosa que se transmite de animales a seres humanos-, que desde ese momento pasaría a conocerse como SARS. Posteriormente, en 2012, otro coronavirus fue identificado como responsable de un brote de síndrome respiratorio de Oriente Medio (esta vez, en Arabia Saudita), con una tasa de mortalidad del 38%.

Estos dos eventos hicieron saltar las alarmas sobre la amenaza que los coronavirus suponen para los humanos, y puso el foco sobre los murciélagos, pues el 31% de los virus con los que se relacionan estos mamíferos alados se engloban dentro de esta categoría. No obstante, es necesario dejar claro que la prevalencia de estos virus en las poblaciones de murciélagos es baja (menos de un 7% de individuos los portan) y que no todas las especies de murciélagos son portadoras (estudio). Además, un estudio de 2019 descarta el contacto directo con murciélagos como factor de riesgo, y apunta a la interacción humana con otras especies salvajes o domésticas, las cuales actuarían como hospedador intermedio, como factor clave para que tengan lugar estos episodios zoonóticos asociados a coronavirus.

Pero, ¿cuál es el mecanismo por el que los coronavirus propios de murciélagos pueden saltar hacia los humanos? Eso es precisamente lo que se dispusieron a responder Afelt y colaboradores en este trabajo, revisando todas las evidencias disponibles hasta ese momento.

La deforestación incrementa el riesgo de epidemias.

Los murciélagos pertenecen al orden de los quirópteros, que engloba más de 1.300 especies distribuidas por todo el planeta. Estos mamíferos alados proporcionan servicios ecosistémicos imprescindibles para el bienestar humano, como la polinización, dispersión de semillas o el control de plagas agroforestales y de vectores de enfermedades, como ocurre con los mosquitos (estudio 1; estudio 2; estudio 3; estudio 4). En Asia, hasta 56 especies de murciélagos son cazadas y consumidas por poblaciones con rentas muy bajas. También son usados en medicina tradicional y hay hasta granjas para obtener guano (abono para la producción agrícola a partir de sus excrementos). Antes del brote de SARS, en 2002, los expertos ya apuntaban la posibilidad de transmisión de coronavirus entre murciélagos, civetas y humanos. Por tanto, la posibilidad de que ocurran estas zoonosis no es nueva. La verdadera novedad es que ahora hay un riesgo mayor de que ocurran debido a la transformación del medio, la mayor presión humana sobre el entorno en estas áreas y el contacto entre animales domésticos y salvajes.

El Sureste Asiático es la región del mundo que ha sufrido la mayor tasa de deforestación reciente, con una reducción del 30% en su superficie boscosa durante los últimos 40 años. Además, esta deforestación ha venido acompañada de un gran incremento de su población: nada menos que 130 millones de personas más entre 2001 y 2011, una cifra que se espera que crezca hasta los 250 millones en 2030. Estas transformaciones tan radicales del entorno han hecho que los asentamientos humanos estén situados cada vez más cerca de algunas poblaciones de murciélagos, favoreciendo el contacto con humanos, mascotas y ganado. Es ahí donde, según los autores, reside la clave principal que explicaría la creciente emergencia de zoonosis por coronavirus: mientras que los bosques son ambientes selectivos donde la mayoría de especies muestran afinidad por condiciones muy concretas, los ambientes humanizados favorecen el encuentro de numerosas especies de murciélagos que no suelen aparecer juntas de manera natural. Esto es fácil de entender si pensamos en la gran cantidad de insectos que son atraídos por las luces nocturnas de los ambientes urbanos, un auténtico festín para los murciélagos. Es esa concentración de especies en un mismo lugar, unido al estrecho contacto con humanos, ganado y mascotas, lo que facilita la transmisión de coronavirus de unas especies a otras. Aunque en condiciones naturales, este proceso de transmisión de virus entre especies es extremadamente raro y accidental al requerir de la confluencia de una serie de eventos con baja probabilidad de ocurrencia, el hecho de que los ambientes antropizados estén favoreciendo estos procesos es una posibilidad que debemos considerar muy seriamente.

Virus que saltan de la naturaleza a humanos.

En 2018, cuando se elaboró este trabajo, todavía no había constancia de que los coronavirus de murciélagos fueran responsables directos de infecciones en humanos, ya que el SARS de 2002 en China fue transmitido a los humanos después de evolucionar en la civeta de las palmeras (Paguma larvata). Mientras, el MERS de 2012 en Arabia Saudita llegó a los humanos después de evolucionar en el dromedario (Camelus dromedarius). Sabemos que el brote actual de COVID-19 está causado por un coronavirus muy similar a los que se albergan en murciélagos y pangolines, pero aún no ha podido esclarecerse al 100% si, efectivamente, el origen de la infección está en alguna de estas especies o si ha podido pasar por algún hospedador intermedio (silvestre o doméstico) antes de llegar a los humanos.

Fuera de los coronavirus, es conocido el caso del virus Hendra en Australia, cuyo brote de 1994 fue causado por un virus transmitido desde un murciélago a un caballo y desde los caballos a los humanos. Otro ejemplo documentado sobre el efecto combinado de la deforestación y la atracción de algunas especies silvestres por los ambientes antrópicos es el protagonizado por el virus Nipah. En este último caso, el origen se situó en murciélagos que, tras la pérdida de hábitat forestal, se asentaron en establos desde donde transmitieron el virus a los cerdos, y estos acabaron infectando a los humanos. Posteriormente, ocurrieron infecciones de humano a humano, alcanzando la tasa de mortalidad un 74%.

Todos estos datos muestran la dinámica tan compleja que acompaña a los coronavirus y otros tipos de virus, pasando de especies silvestres a animales domésticos antes de saltar a los humanos. En 2018, los autores de este trabajo ya alertaban de que, en caso de saltar a los humanos, cuyo sistema inmune es “inexperto” ante este tipo de patógenos, el riesgo de una gran epidemia con elevadas mortalidades era muy alto. Y es que, una vez adaptado a los humanos, los coronavirus pueden evolucionar para desarrollar un modo de transmisión más eficiente entre personas. Por ejemplo, durante el brote de SARS en Ontario y Taiwán, algunas personas fueron responsables de un gran número de contagios, conociéndose a estos individuos como “súpercontagiadores”. En ambos eventos, más del 80% de transmisiones fueron relacionadas con 5 “súpercontagiadores”, los cuales fueron diagnosticados con neumonía en su primera exploración médica. Por cierto, resulta sumamente interesante leer el informe elaborado en 2007 sobre el brote de SARS en Ontario, pues describe con pelos y señales una situación calcada a la actual – de la que, desgraciadamente, poco hemos aprendido.

Frenar la pérdida de biodiversidad y cambiar el modelo de comercio.

Ahora nos encontramos inmersos en una situación enormemente delicada, ante la que, sin duda, debemos dar lo mejor de nosotros para responder lo antes posible. Sin embargo, se van acumulando las evidencias científicas que apuntan a un problema estructural, con la transformación del medio ambiente en su raíz, ante el que también tendríamos que tomar medidas. No en vano, los autores apuntillan, casi al final del artículo (recordemos, allá por 2018), que “el hecho de ser una de las regiones del planeta con mayor crecimiento poblacional, cuyas condiciones sanitarias son bastante deficientes y con la tasa de deforestación más alta del mundo, hace que el Sureste Asiático reúna todas las condiciones para ser un lugar de emergencia y re-emergencia de enfermedades infecciosas”.

La ecología y la cibernética nos enseñan que las grandes redes con muchas interacciones entre sus componentes también pueden ser inestables y frágiles (estudio). Por ello, la evolución propicia continuamente sistemas de relaciones entre los seres vivos compartimentados y adaptados a sus condiciones locales. Cuando la acción humana altera estos sistemas locales, globalizándolos y homogeneizándolos, se producen invasiones de especies extrañas, pérdida de diversidad biológica y de funcionalidad. Resulta revelador que la economía globalizada, en su búsqueda constante de una mayor productividad, persiga ciegamente lo contrario que dispone la evolución de los sistemas naturales. Sabemos que la mayor parte de las zoonosis tienen su origen en la domesticación e interacción con los  animales salvajes (estudio), y que más de 10.000 virus animales pueden potencialmente transmitirse a los humanos (estudio). Inevitablemente, esta transmisión se acelera con la movilidad de mercancías y personas, pero también con el cambio climático que obliga a la dispersión de las poblaciones humanas y animales. Persistir en una estrategia económica globalizada en detrimento de redes locales de producción y consumo no puede decirse que sea una estrategia razonable para evitar futuros desastres humanitarios y ambientales.

Por último, es necesario romper una lanza a favor de los murciélagos, especialmente, los insectívoros, pues son los responsables del control y regulación de poblaciones de organismos que pueden convertirse en plagas, mantienen el equilibrio de los ecosistemas y prestan valiosos servicios ecosistémicos (estudio), imprescindibles para el bienestar humano. Por ejemplo, estas increíbles criaturas son voraces consumidores de mosquitos (estudio 1; estudio 2; estudio 3), y un descenso en sus poblaciones podría favorecer el recrudecimiento de epidemias tan fatales como la malaria y otras transmitidas por vectores biológicos, que no solo afectan nos afectarían a nosotros, sino también al ganado. No podemos permitirnos seguir perdiendo biodiversidad, ni culpabilizar a la fauna de estos sucesos, pues todas las especies son necesarias para mantener un planeta saludable que albergue sociedades prósperas y felices. Tanto es así que, en los últimos años, se ha acuñado el concepto “One Health” (una sola salud), que reconoce que la salud humana está conectada a la salud animal y a la del medio ambiente.

Ecomandanga, autores de este contenido, agradecen la colaboración de Fulgencio Lisón (Universidad de La Frontera, Chile), Jorge M. Lobo (Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC) y Elena Gómez Díaz (Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra-CSIC) en la elaboración de este post.

Artículo original:

Afelt A, Frutos R & Devaux C. 2018. Bats, Coronaviruses, and Deforestation: Toward the Emergence of Novel Invectious Diseases? Frontiers in Microbiology, 9. DOI: 10.3389/fmicb.2018.00702.

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