Conservación de espacios naturales: lecciones de los territorios de vida en Marruecos y el Mediterráneo
Al igual que el aceite de oliva o la dieta mediterránea, el pastoralismo es emblemático en el Mediterráneo. Al mismo tiempo, aquí la velocidad del cambio climático es mayor que la que señalan las tendencias globales.
Autoría: Bruno Romagny, Mohamed Alifriqui, Pablo Dominguez
Fuente: The Conversation
Al igual que el aceite de oliva o la dieta mediterránea, el pastoralismo es emblemático en el Mediterráneo. Al mismo tiempo, aquí la velocidad del cambio climático es mayor que la que señalan las tendencias globales.
Desde 2011, los paisajes culturales del agropastoralismo mediterráneo, como el Causse Méjean en Francia, han sido incluidos en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Durante siglos, incluso milenios, las comunidades de ganaderos mediterráneos han gestionado los bienes comunales del pastoralismo de montaña.
Los comunales, un gesto político colectivo.
Estas formas colectivas de apropiación del territorio han desempeñado un papel importante en el pasado y siguen haciéndolo en la actualidad: muchas comunidades humanas las han utilizado para gestionar de forma sostenible el acceso a recursos naturales renovables tan diversos como los sistemas de riego, la pesca, los bosques, las eras y las tierras altas de pastoreo, la flora y la fauna silvestres, etc.
Para el economista Gaël Giraud, estos bienes comunales son:
“Los recursos, simbólicos o materiales que una comunidad decide administrar mediante la adopción de normas que, a su vez, son objeto de deliberación. Por lo tanto, lo que define a los bienes comunales no es la naturaleza del recurso, sino el gesto político de un colectivo que somete a un continuo discernimiento comunitario sus propias formas de hacer las cosas en la protección y promoción de lo que valora”.
Por lo tanto, no existe lo “común” en esencia, y las instituciones que construimos son cruciales para su existencia.
Los tres principios en los que se basan los comunales pastoriles.
Los bienes comunales pastoriles pueden analizarse utilizando el marco teórico de la resiliencia de los sistemas socioecológicos.
Los bienes comunales pastoriles de las montañas mediterráneas también entran en la categoría de áreas y territorios conservados por poblaciones indígenas y comunidades locales (TICCA), también conocidos como “territorios de vida”.
Muchas organizaciones internacionales –la UICN, el CDB, el PNUMA o el PNUD, por ejemplo– las consideran zonas clave para la conservación de los ecosistemas y los paisajes. Estos territorios y los sistemas de gestión de recursos colectivos que sustentan se caracterizan por tres principios fundamentales e interconectados, que recuerdan a algunos de los principios de diseño desarrollados por Elinor Ostrom, primera mujer premio nobel de Economía (2009) por su trabajo sobre los bienes comunales.
Estos tres principios pueden enunciarse de la siguiente manera: una comunidad local tiene vínculos fuertes y profundos con un territorio; esta comunidad es un actor clave en los procesos de toma de decisiones relacionados con la gobernanza territorial de los recursos; esta gobernanza contribuye a una gestión responsable y sostenible de los ecosistemas y del patrimonio material e inmaterial de estas comunidades.
Declive, resistencia o renovación de los territorios de vida.
Los territorios de vida del Mediterráneo se enfrentan más que nunca a grandes retos en un contexto de globalización de intercambios comerciales y humanos, del cambio climático y de fuertes transformaciones socioeconómicas, políticas, demográficas y culturales.
La biodiversidad terrestre en estas zonas se enfrenta ahora a múltiples perturbaciones.
En los países de la ribera norte del Mediterráneo, la urbanización, especialmente la costera, ha eliminado o fragmentado muchos ecosistemas. Debido al declive de la agricultura y de los sistemas agropecuarios, la superficie boscosa está aumentando a expensas de estos dos sectores.
Los ecosistemas seminaturales de los países de la ribera meridional y oriental están amenazados por la fragmentación o desaparición debido a la urbanización, el desbroce del terreno, la sobreexplotación de los bosques (leña, madera) y el sobrepastoreo.
Todo ello bajo la presión del cambio climático, la demografía, la contaminación de los medios terrestres y acuáticos, pero también del aire, sin olvidar las persistentes tensiones geopolíticas regionales (Marruecos/Argelia, Libia, Israel/Palestina, Siria, etc.).
Todos estos desafíos son más o menos bien comprendidos dentro de las TICCA y pueden conducir a formas de declive, resistencia o renovación de los bienes comunales según la situación. Estos diversos aspectos fueron objeto, el lunes 6 de septiembre de 2021, de una sesión temática en el marco del Congreso Mundial de la Naturaleza que se celebró en Marsella, Francia.
El agdal pastoril en Marruecos, un estudio de caso.
En Marruecos, el agdal es una práctica de gestión comunitaria basada en la protección de recursos específicos dentro de un territorio definido. Esta gestión socioespacial es generalmente respetada por todos los actores locales de la comunidad, que son amenazados con sanciones si no lo hacen. El agdal es, por tanto, un territorio importante para la cohesión de las comunidades, especialmente las pastoriles.
El agdal es un método de gestión de la propiedad común emblemático de la montaña amazigh (bereber) en Marruecos y el norte de África. El agdal se entiende más a menudo como un “pasto común sujeto a una prohibición estacional”, que corresponde al agdal pastoril, la forma mejor documentada y mayor en términos de superficie.
En la larga historia de las sociedades pastoriles del Magreb y el Sáhara, la necesidad de proteger los pastos en determinadas épocas del año probablemente desempeñó un papel importante en la génesis de la institución.
Cada agdal tiene sus propias reglas de apertura y cierre. Las fechas están determinadas por dos criterios principales: en primer lugar, las condiciones climáticas y la altitud –en general, cuanto más alto esté situado el agdal, más tardías serán las fechas de apertura del pastoreo–; en segundo lugar, la disponibilidad de otros recursos y espacios, pastoriles o no.
Las comunidades locales organizan la trashumancia y la subida a los pastos de montaña en función de los recursos de que disponen en las afueras de los pueblos y en los bosques vecinos. A su vez retrasan el acceso a los agdales durante el verano dependiendo de las condiciones de cada año. La trashumancia estival y el acceso a los agdales de altura siguen teniendo una importancia estratégica para las comunidades agropastoriles del Atlas.
Prácticas antiguas adaptadas al contexto actual.
Considerado durante mucho tiempo una reliquia del pasado, el agdal ha encontrado una nueva resonancia con el éxito del desarrollo sostenible y la necesidad de reinventar formas de gestión concertada de los recursos, adaptadas al contexto actual, que son esenciales para mantener la identidad y la supervivencia de las poblaciones de estas zonas llamadas “marginales”.
Las prácticas transmitidas por el agdal se acercan a las nociones básicas de la ecología sobre la importancia de la gestión diferencial según una zonificación precisa. Las comunidades de pastores, por ejemplo, al tratar de conservar los pastos tardíos, protegen toda la biodiversidad contenida en las diferentes fases de los ecosistemas. Por tanto, las especies de pastos que más interesan a los comuneros pueden considerarse “especies paraguas” que, al ser protegidas, protegen a su vez a muchas otras con las que conviven, ya sean vegetales, animales, hongos u otras. Este es uno de los principios clave de la biología de la conservación.
Sin embargo, las prácticas agdalinas se enfrentan hoy a la rápida transformación de los sistemas de producción y de la actividad agropecuaria, a la apertura de los pequeños agricultores al mercado preconizada por las políticas públicas, a la individualización de los comportamientos que lleva al debilitamiento de las normas comunitarias y a la intervención pública que introduce nuevas formas institucionales de seguridad y de gestión.
No obstante, los estudios de campo demuestran la capacidad de resistencia de estas formas locales de gestión y la gran flexibilidad y adaptabilidad de estas prácticas.
Ahora se trata de inventar los agdales del mañana, desde una perspectiva de conservación participativa, integrando a todas las partes interesadas en el proceso de toma de decisiones y basándose en un concepto local que siga teniendo sentido para la población. ¿Pero, por cuánto tiempo más?
Cristelle Duos (IRD) ha contribuido a la elaboración de este artículo.
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