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El cambio climático está alterando el ciclo natural, en el proceso de maduración de la uva, por ejemplo, la hace más vulnerable a las plagas, incluso dificulta el cultivo de algunas variedades en zonas concretas.
Vastas regiones del planeta están cubiertas de vegetación. En función de su color más o menos claro, su albedo, también tiene un impacto enorme en el equilibrio energético del planeta.
Por primera vez, se revisan las evidencias científicas sobre cómo el riesgo de incendio y los servicios ecosistémicos en los bosques mediterráneos se ven afectados por un aumento o disminución de la temperatura global por encima de los 2°C.
El fuerte proceso de urbanización que estamos experimentando, con una concentración demográfica del 70 % en núcleos urbanos, nos lleva a pensar en los riesgos que implican los nuevos modelos que no resultan sostenibles. Además, supone una acumulación de peligros.
Aunque el cambio climático es más que una realidad, parece que la pandemia ha desplazado este tema a un segundo o tercer plano. A eso le añadimos que en países como EE UU la preocupación por el asunto es relativamente baja en comparación con el resto del mundo.
A pesar de lo mucho que nuestra filosofía ha indagado en los conceptos del bien y del mal, de justicia y de moral, sabemos que, en general, el ser humano razona y decide, la mayoría de las veces, siguiendo sin más los principios (mucho más sencillos) de premio y castigo.
La sustitución de estos vectores energéticos contaminantes por otros respetuosos con el medioambiente –los llamados combustibles verdes– es la única vía para evitar los graves efectos medioambientales asociados al cambio climático.
Los investigadores Antonio Gallardo, Luis Villagarcía y Manuel Delgado Baquerizo lideran varios proyectos dirigidos a conocer las consecuencias del cambio global en el medio urbano y ruderal.