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Frenar y revertir el calentamiento global, producido por las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero, es una prioridad urgente. El dióxido de carbono (CO₂) es el gas de efecto invernadero más importante, y el que se utiliza como referencia.
El consumo ciudadano es el principal responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI): entre el 60 y el 75 % de los GEI están ligados a nuestro transporte, comida, vestido o climatización.
En los Pirineos cada vez hay menor disponibilidad de agua, se constatan cambios en la biodiversidad vegetal y animal, y es evidente que la línea del bosque asciende hacia zonas ocupadas antes solo por praderas. Se vive una nueva realidad social en los pequeños núcleos y pueblos.
Adoptar nuevos hábitos para combatir el cambio climático supone modificar cómo nos desplazamos, consumimos y nos alimentamos. Además, las acciones individuales deben ir acompañadas de políticas climáticas para limitar el aumento de la temperatura media global a 1,5 ºC.
En un momento en que la cumbre del clima de Naciones Unidas en Escocia (COP26) está poniendo el foco en las políticas sobre el cambio climático y el impacto del calentamiento global, resulta especialmente útil entender lo que la ciencia ha demostrado hasta ahora.
Ante la urgente necesidad de limitar el calentamiento global debido al aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera (en particular el dióxido de carbono o CO₂), surgen las voces a favor de potenciar los monocultivos forestales comerciales.
El cambio climático está alterando el ciclo natural, en el proceso de maduración de la uva, por ejemplo, la hace más vulnerable a las plagas, incluso dificulta el cultivo de algunas variedades en zonas concretas.
Vastas regiones del planeta están cubiertas de vegetación. En función de su color más o menos claro, su albedo, también tiene un impacto enorme en el equilibrio energético del planeta.